Los titulares de las noticias sobre Irán siguen estando dominado por noticias de política duras, y muchas veces amenzantes – desde el programa nuclear de Teherán y el aumento de las tensiones internacionales que conlleva, hasta la visita de Mahmud Ahmedineyad al Líbano y la aclamación que ha recibido el presidente al denunciar a Israel desde el otro lado de la frontera.
Pero detrás de los titulares, la vida cotidiana de Irán – incluyendo la forma en que los ciudadanos del país sobrellevan los muchos desafíos sociales y políticos – ofrece una visión cada vez más reveladora de la verdadera realidad del país.
La batalla por la igualdad de sexos en Irán continua siendo una de ellos. La lucha diaria de las mujeres iraníes puede haber pasado a un segundo plano desde que el gobierno tomara medidas enérgicas al comienzos de las elecciones presidenciales de junio de 2009, pero aún siguen dando un prisma esencial a través del que podemos entender la vida interna y las dinámicas de cambio en la República Islámica.
Mujeres contra el estado
Las mujeres fueron participantes destacadas en las manifestaciones inmediatamente posteriores a las elecciones, y muchas mujeres activistas fueron blanco del régimen o arrestadas en diversas redadas durantes los meses de protesta. De hecho, decenas de mujeres han sido detenidas y encarceladas desde junio de 2009, y muchas han recibido penas de cárcel de una duración sin precedentes. Una medida igual de dañina para las mujeres es la vuelta al parlamento del controvertido proyecto de ley de «protección familiar» cuyas provisiones harían, entre otras cosas, más sencilla la poligamia.
El objetivo general de la estrategia del régimen es sofocar la revuelta y afectar al movimiento feminista iraní. Que este sea el objetivo señala que los derechos de las mujeres siguen siendo un elemento potente en las luchas entre las facciones políticas e ideológicas que dominan la política iraní.
La reelección fraudulenta de Mahmud Ahmadineyad y la aparición (antes y después de las elecciones) del «movimiento verde» de oposición no son sino una fase más en las tensiones que se han prolongado en el tiempo entre el estado y la sociedad en Irán. Desde la revolución que condujo al establecimiento de la República Islámica en 1979, las mujeres han estado al frente de estas tensiones, en particular, a la cabeza de la lucha, que dura ya tres décadas, por unos derechos de género mejores (véase Nikki R. Keddie, «Iranian women and the Islamic Republic«, 24 de febrero de 2009).
A través de este periodo de la historia contemporánea de Irán, la trayectoria variable del movimiento feminista – y de la reacción del gobierno- ayuda a explicar el auge y caída de corrientes políticas más amplias: reformismo, secularismo y el retorno conservador reflejado en la elección de Mahmud Ahmadineyad en junio de 2005. Esto puede ilustrarse refiriéndonos a tres puntos de inflexión históricos en los que cambios en el movimiento feminista iraní se ha mezclado con otras polémicas políticas e ideológicas clave en el conjunto de Irán.
Un nuevo horizonte
La primera gran transición para las mujeres desde la creación de la República Islámica llegó con la muerte del Ayatolá Jomeiní en 1989. Esto, junto con la elección de Hashemi Rafsanjani como presidente justo después de la devastadora guerra Irán – Iraq (1980-1989), enmarcada en un periodo de reconstrucción económica y moderación diseñado con la intención de estimular la economía iraní y devolver al país a la comunidad internacional, supuso para las mujeres un periodo de mayor inversión en las instituciones del país, con una expansión del sistema educativo en particular, que les abrió muchas puertas y proporcionó muchas oportunidades.
Aún con todo, el mayor acceso a la educación no se tradujo en mayores niveles de empleo. La mala situación del país atrapó a muchas mujeres – una economía aquejada de unas altas cifras de desempleo y una cultural patriarcal dominante – y dificultó su entrada al mercado de trabajo, forzándolas a dedicarse a profesiones aceptables para su sexo. Al mismo tiempo, la mejor educación y las expectativas crecientes que todo ello trajo, combinadas con las restricciones de una sociedad desigual en lo que a géneros se refiere, dió lugar también a una nueva generación de mujeres que exigen más del gobierno.
Un momento arcoiris
La segunda gran transición para las mujeres llegó en mayo de 1997, cuando las mujeres tuvieron un papel indispensable en la elección del sucesor de Rafsanjani, Mohammad Jatamí, como presidente. La promesa del líder reformista de una mayor liberalización política y un rol mayor para la sociedad civil – la llamada «Primavera de Teherán» – se reflejó en las calles y en los medios; en una nueva y vibrante prensa, mayor apertura en el diálogo político y social, y una relajación en las restricciones islamistas en lo referido al código de vestimenta y la conducta diaria.
Una concesión creciente de licencias del gobierno durante el mandato de Jatamí (1997-2005) significó que la prensa femenina también floreció en este periodo. La revista Zanan fue la más efectiva a la hora de referirse a las cuestiones de género más controvertidas. En esta atmósfera de apoyo y aprobación por parte del gobierno a la actividad de las ONGs, el activismo femenino creció. Aunque la administración de Jatamí resultó ser ineficaz y no consiguió asegurar mejoras legales sustanciales, el fermento liberal que trajo consigo abrió nuevos espacios de diálogo e interacción entre las mujeres activistas (tanto seculares como islamistas). Esta cooperación condujo, por ejemplo, a dirigir protestas y peticiones a favor de la igualdad de sexos, y a celebraciones públicas del Día Internacional de la Mujer.
La elección de un majlis (parlamento) en 2000 aumentó la sensación de dinamismo detrás de la campaña por las reformas legales. Aún así, el parlamento sólo tuvo un éxito limitado a la hora de aprobar legislación de género, incluyendo la Convención de las Naciones Unidas por la Eliminación de la Discriminación contra las mujeres (CEDAW).
El revulsivo conservador contra del movimiento reformista creció durante el segundo mandato de Jatamí (a partir de 2001) – evidente por el cierre de periódicos, restricciones al poder presidencia, la represión del movimiento estudiantil y el bloqueo de posibles candidatos parlamentarios por parte del Consejo de Guardianes.
Inversión de la tendencia.
Esta restauración conservadora, rematada por la elección de Mahmud Ahmadineyad en junio de 2005, impulsó al movimiento de las mujeres a una tercera transición. El nuevo presidente intentó revivir la ideología «auténtica» de la revolución para consolidar al estado islámico frente sus críticos sociales, en parte imponiendo de nuevo convenciones sociales estrictas. El resultado fue un giro decisivo hacia la derecha en el panorama político iraní.
Las activistas por los derechos de las mujeres aún intentan alcanzar las expectativas creadas por los reformistas respondieron desafiando directamente a las leyes de género regresivas que consagradas en la constitución de Irán. El ejemplo más visible fue el de la campaña de «un millón de firmas» que empezó en 2006, y que buscaba, a través de un modelo de tipo referendo y de acción colectiva, incrementar la conciencia pública y ejercer presión sobre el gobierno para que implemente las reformas de las leyes de género. La campaña sí que generó gran atención pública, pero también provocó una reacción severa por parte del gobierno, que se plasmó en arrestos y detenciones (véase Nasrin Alavi, «Women in Iran: repression and resistance«, 5 de marzo de 2007).
En 2007, el gobierno de Ahmadineyad propuso un nuevo y retrógrado proyecto de ley de protección familiar. La clausula más perjudicial es el artículo 23, que institucionalizaría la poligamia. La ley islámica aplicada en Irán permite que los hombres tengan hasta cuatro mujeres, aunque la práctica de la poligamia es rara (y, de hecho, está bastante condenada). El estatuto existente requiere que un hombre obtenga el permiso de su primera mujer para casarse con otra, y deberían de tratar a sus mujeres de forma equitativa. La nueva provisión de la poligamia permitiría que el marido tomase una segunda esposa sin tener que pedir permiso de su primera mujer por una serie de pretextos (incluyendo que la primera mujer sea estéril o que contraiga una enfermedad terminal). Además, el proyecto de ley reduce la edad de idoneidad (femenina) para el matrimonio de 16 a 13 años; y su artículo 25 requeriría que la mujer pagase impuestos por el dinero que recibe de su contrato de matrimonio.
Una cuarta fase
Durante tres años, las activistas han protestado contra este proyecto de ley, argumentando que estas medidas dañarían, más que proteger, la estructura familiar y reducirían los derechos de la mujer en el matrimonio y el divorcio. Estas protestas fueron fundamentales para que dicho proyecto de ley fuera remitido al comité legal del parlamento en 2008, cuando el majlis tendría que haberlo votado. Ahora, mientras que la ola post-electoral de supresión alimenta el deseo del gobierno de reafirmar su agenda conservadora y subyugar el movimiento feminista iraní, el proyecto de ley vuelve a figurar en la agenda parlamentaria.
Para muchas mujeres iraníes, estas adversidades también son también un tributo al desafío que su activismo sigue presentando a las autoridades. Treinta años después de la revolución, las mujeres han intentado construir a cada oportunidad un avance el movimiento por la igualdad de sexos. Hasta ahora, las acciones más duras de un estado poderoso – arrestos, exilio, sanciones legales – han sido incapaces de destruir el movimiento, que continua creciendo a pesar de esta presión tan grande. El potencial para una cuarta transición está ahí.