Esta entrada es una traducción del artículo en inglés publicado en la página WomenUnderSiege.org cuyo texto original puede consultarse aquí.

El mito de cómo el «hiyab» protege a las mujeres de las agresiones sexuales.

Por Josh Shahryar/Bloguero invitado — 6 de septiembre de 2012

Tenía tan sólo 6 años cuando mi familia se vio obligada a  huir de la guerra civil de Afganistán y exiliarse en Paquistán a finales de los 80. Mi hermana Nilú, 5 años mayor que yo, estaba matriculada en una escuela pública para refugiados afganos patrocinada por dinero Saudí e inspirada en la Hermandad Musulmana. Ella, como tantas mujeres musulmanas, llevaba tan sólo un simple pañuelo que le cubría el pelo.

Recuerdo a Nilú cogiendo su pequeña mochila, colocándose el pañuelo alrededor de su pelo, y yendo a su primer día de clase. También recuerdo tristemente que a su vuelta del cole les dijo a mis padres «Los guardias me dijeron ‘O te pones el hiyab completo o un chador [un burqa afgano], o no puedes venir a clase». Su pequeño pañuelo ya no era suficiente.

La escuela a la que asistía estaba dirigida por ultraconservadores.

El mito de que existe una correlación entre el hiyab y la baja incidencia del acoso sexual y la violencia contra las mujeres lo único que hace el victimizarlas.

El mito de que existe una correlación entre el hiyab y la baja incidencia del acoso sexual y la violencia contra las mujeres lo único que hace el victimizarlas.

Nilú fue obligada a llevar la forma más restrictiva de hiyab – casi como el de la mujer que aparece en esta imagen. Las cosas fueron bien hasta el siguiente año, en el que yo mismo empecé a ir a la escuela. Mi madre me sentó y me dijo que de aquel momento en adelante tendría que acompañar a mi hermana a clase todos los días.

Terminé odiándolo. Todos los días de colegio, durante años, cuando los dos juntos camínabamos hacia la escuela de Nilú, los hombres la miraban, evaluando el cuerpo que había bajo sus ropas negras, cuchicheando entre ellos, haciendo señas con sus manos, silbándole, haciéndole burlas y diciéndole piropos – a pesar de que lo único que podían ver era sus ojos.

Los hombres con los que nos cruzábamos en las aceras le decían cosas humillantes – unas cosas de naturaleza sexual que yo era muy pequeño para entender. Mi madre y mi padre querían que la acompañase a la escuela porque si no estaba con ella, ¿quién sabe qué le podrían hacer estos hombres? Crecí escuchando historias de mujeres a las que les metían mano, eran golpeadas e incluso secuestradas – todo ello mientras llevaban puesto el hiyab. Los autores de estos crímenes pertenecían a cualquier grupo étnico y eran pakistaníes y refugiados afganos como nosotros.

Aquella experiencia me dejó traumatizado, enfadado y con sentimiento de impotencia. Nunca hablamos de ello. Lo que ella no sabe es que yo sabía que estaba emocional y psicológicamente herida. No necesitaba que me dijera que no estaba siendo protegida por su hiyab. Las lágrimas detrás de su velo eran suficiente.

Aquellos recuerdos volvieron para atormentarme el martes, Día Internacional del Hiyab. En esta ocasión se celebra el derecho de una mujer musulmana a elegir cómo se quiere vestir. El pañuelo y otras formas más restritivas de cubrir el rostro y el cuerpo son conocidos ampliamente como hiyab; durante siglos se ha convertido en un símbolo del Islam conservador y, para algunos, incluso una característica definitoria de las mujeres musulmanas modestas y piadosas. Mientras que la práctica no es igual en todos los países, llevar el hiyab «conservador» significa cubrir totalmente el pelo de la mujer, y en muchos lugares incluso su cara con un velo. Hay de muchos tipos, por ejemplo el pardah (un largo y fino chal que cubre la cabeza y el torso, y que se lleva principalmente en el Sudeste Asiático), el burqa (una especie de traje azul que cubre totalmente el cuerpo de la mujer incluyendo su rostro, que se lleva en Afganistán, Pakistán y la India) o cualquier otra versión nacional de los mismos. Según las interpretaciones más conservadoras, no debe ser vistas ninguna parte de la mujer excepto su cara, manos, pies por debajo de los tobillos, y, a veces, el cuello.

Grandes avances en materia de derechos de la mujer durante los dos últimos siglos han permitido a las mujeres religiosas tomarse algunas libertades sobre cómo desean vestir. Aún así, la respuesta dominante a este fenómeno por parte del movimiento religioso conservativo ha sido separar la práctica de su naturaleza religiosa y encontrar razones para justificarlo no sólo por la observación piadosa, sino por sus supuestos beneficios prácticos.

Dejaré que un fragmento de un artículo redactado por una escritora llamada Sehmina Jaffer Chopra en el popular sitio web sobre cuestiones musulmanas Islam101.com explique lo que pasa:

Otro beneficio de llevar el velo es la protección a las mujeres. Los musulmanes creen que las mujeres que muestran su belleza a todo el mundo se degradan al convertirse en objetos de deseo sexual y se vuelven vulnerables a los hombres, que las miran como «una gratificación para el deseo sexual» (Nadvi, 8).

El hiyab las muestra como mujeres que pertenecen a la clase de mujeres modestas y castas, de tal formal que los transgresores y los hombres sensuales puedan reconocerlas como tales y no se burlen de ellas con malicia (Nadvi, 20).

El hiyab resuelve el problema del acoso sexual y los acercamientos sexuales indeseados, que son tan degradantes para las mujeres, cuando los hombres recogen señales poco claras y creen que las mujeres quiere sus atenciones debido a la forma en que muestran su cuerpo.[El énfasis es mío.]

Que el hiyab protege a las mujeres del acoso sexual y/o la violencia no es desde luego una opinión minoritaria. Eminentes clérigos islámicos como el egipcio Sheikh Yusuf al-Qaradawi – considerado como el líder espiritual de los Hermanos Musulmanes y gran parte del pensamiento islámico sunní, y el Ayatollah Sayyed Ali Khamenei – la autoridad religiosa y política suprema en Irán y una de las principales fuentes de jurisprudencia del Islam chií – han apoyado esta opinión.

Y esta no es sólo una afirmación falsa que no tiene ninguna base real; sino que es también una muy peligrosas. Y lo sé porque fui testigo durante años de cómo el velo de Nilú no consiguió protegerla.

Lo sé porque he visto, escuchado o leído muchos relatos en primera persona de víctimas de agresión sexual o violencia sexualizada que llevaban el hiyab en el momento de ser atacadas. El hijab no puede ni podrá frenar a los hombres que asaltan a las mujeres. Incluso si la única parte del cuerpo de la mujer que se puede ver es su sombra, los pervertidos son pervertidos. Tomemos el ejemplo de Egipto, donde el acoso sexual a mujeres se ha convertido en pandémico – lleven el hiyab puesto o no.

Este cartel en Teherán dice "El hiyab es seguridad" (Omid 20)

Este cartel en Teherán dice «El hiyab es seguridad» (Omid 20)

El mito de que existe una correlación entre el hiyab y una baja incidencia de acoso sexual y violencia contra las mujeres lo único que hace es victimizarlas. Los hombres están haciéndole poco favor a las mujeres culpando a aquellas que no se cubren, a la vez que insinúan que una mujer que es atacada cuando lleva el velo hizo algo para merecérselo. Esto evita que las mujeres expresen su opinión y denuncien las agresiones sexuales. Muchos clérigos y pseudo-científicos sociales conservadores musulmanes – como Zakir Naik, en este video, que debe de ser visto por todo aquel interesado en saber más sobre este tema – insinuan abiertamente o proclaman que las mujeres que no llevan el hiyab están buscando ser acosadas y agredidas sexualmente. Van tan lejos como para correlacionar el derecho de una mujer a a vestirse como quiera en Occidente con una alta incidencia de violencia sexual contra las mujeres allí.

Ignoran de forma conveniente todos los informes de cómo las cifras de víctimas de violencia sexual obtenidas son inferiores a las reales en muchas sociedades islámicas  debido a que su naturaleza de tabú y al estigma asociado con ello; ignoran el hecho de que la violencia sexual conduce a los crímenes de honor en los que son asesinadas muchas mujeres cada año

Los pervertidos son pervertidos. Agredirán sexualmente a mujeres que lleven el hiyab o una minifalda porque son pervertidos – no porque las mujeres hayan ejercido su derecho a vestirse como quieran.

Continuar perpetuando el mito del hiyab mágico sólo hace que el problema crezca, y de hecho la prenda no resulve nada. Para solucionarlo, debemos de ser capaces de hablar abiertamente sobre este problema, concienciar y educar a la gente sobre ello, crear nuevas leyes contra estos críemenes, y contar con fuerzas de seguridad que de verdad actúen contra estos criminales cuando reciben denuncias. Si todo esto hubiera estado en funcionamiento en los 80, quizá Nilú – o los otros millones de víctimas como ella – no hubieran tenido que aguantar el horror con el que tuvo que vivir durante años.

Llevar o no llevar el hiyab es una elección personal que debe de ser protegida. Muchas mujeres que lo llevan lo hacen disfrutando de su gesto de piedad y modestia. Sin embargo, esto no trata sobre el hiyab o la elección de las mujeres, sino sobre la misoginia y la pseudo-ciencia.

Se trata del hecho de que las mujeres que llevan hiyab no están más seguras qeu las que no lo hacen. Se trata de que es necesaria una protección real para las mujeres de las sociedades islámicas, en casa, en las calles, en el trabajo – no sólo prendas de vestir milagrosas.

Noorjahan Akbar - نورجهان اکبر

Noorjahan Akbar – نورجهان اکبر

Escrito por Noorjahan Akbar y publicado en las páginas de opinión de The New York Times, dentro del blog de Nicholas D. Kristoff titulado «On the ground», traduzco este artículo cuyo original en inglés puede leerse aquí. La razón por la que lo traduzco y cuelgo aquí es que me parece importante conocer las acciones que toman las mujeres en Afganistán para crear conciencia sobre el acoso sexual que se vive a diario y que parece no estar mal visto socialmente. Teniendo en cuenta que una de las razones que se esgrimieron en su día para ocupar dicho país fueron los derechos de las mujeres, es necesario que sigamos estos pequeños gestos y protestas y que los apoyemos, especialmente cuando es un testimonio tan sincero y en primera persona como el de Noorjahan. Huelga decir que esto es un trabajo desinteresado por el que no me llevo ningún dinero.

Noorjahan Akbar es una joven de 20 años cofundadora de Mujeres Jóvenes por el Cambio (Young Women for Change), una organización que lucha en contra de la discriminación sexual y la desigualdad en Afganistán. Ha trabajado con mujeres y niños desde que tenía 12 años y comenzado un programa de radio dedicado a los adolescentes afganos.

Además, Noorjahan también ha investigado sobre la música folklórica de las mujeres afganas, traducido una colección de historias cortas para niños afganos y ha dado clase de escritura creativa en orfanatos. En la actualidad estudia en el Dickinson College de Pennsylvania. Podéis seguir la actividad de su organización también por Facebook.

Estaba nerviosa cuando me levanté la mañana del 14 de julio de 2011. Las pancartas estaban listas, los panfletos y folletos impresos, y lo que iba a vestir elegido. Había recibido llamadas de la policía confirmando que nos enviarían a 10 oficiales para protegernos. Los medios estaban informados y ya habíamos contactado con las organizaciones de mujeres. Todo estaba preparado, pero aún así estaba nerviosa.

Las protestas y marchas de mujeres no son nada comunes en Afganistán, y esta era la primera vez que organizaba una. Quería crear conciencia sobre el acoso sexual callejero e identificarlo como un problema en un país en el que la mayoría de los afganos bien niegan que exista o bien le echan la culpa a las mujeres. Todas las mujeres que conozco, ya lleven burqa o vistan simplemente de forma conservadora, me han relatado historias de acoso en Afganistán. Este acoso va desde comentarios sobre la apariencia hasta toqueteo y empujones. Incluso mi madre, una maestra de más de 40 años siempre vestida en su uniforme escolar, llega a casa enfadada casi todos los días a causa de los comentarios inapropiados que recibe, muchas veces proferidos por jóvenes mucho más jóvenes que ella, y otras por hombres de blancas barbas que se sientan en los bordillos de las aceras. Apenas tres días antes de esta marcha me metieron mano en frente del orfanato donde enseño escritura creativa.

Enfurecida, llamé a mi madre y le dije que no quería enseñar nunca más. No obstante, una vez que empecé a organizar la marcha retiré lo dicho.

El día de la marcha, nos encontramos frente a un restaurante. Por alguna razón que aún me es desconocida el dueño del restaurante se negó a dejarnos pasar, por lo que nos refugiamos en la Casa de la Cultura Afgana, un centro que pertenece a una mujer. Éramos unas 25 . La reunión fue breve y muy emotiva, seguida de abrazos y buenos deseos.

Momentos más tarde nos hallábamos en frente de la Universidad de Kabul, donde dimos comienzo a la marcha, y en donde se nos unieron otras 25 personas. Pronto, este grupo de 50 manifestantes se vio rodeado de medios afganos e internacionales. Tras unas cuantas entrevistas, empezamos a caminar hacia Comisión Independiente Afgana de los Derechos Humanos. Mientras, pasábamos folletos, hablábamos con la policía y los simpatizantes, e indicábamos el camino a los medios, lo que me hizo experimentar un sentimiento increíble de esperanza y de poder. En las caras de mis compañeras, leí esperanza, orgullo y solidaridad. Me impresionó cómo todo había ocurrido tan de repente. Habían pasado menos de dos meses desde que Mujeres Jóvenes por el Cambio (Young Women for Change) se había reunido por primera vez.

Ni siquiera había soñado con este día cuando en mayo de 2011 mi amiga Anita Haydary y yo anunciamos en Facebook que estábamos organizando un encuentro el día 25 de mayo en Kabul para hablar sobre discriminación sexual y desigualdad de género. No esperábamos más de 15 personas, y sin embargo acudieron más de 75 mujeres de distintas edades, etnias y orígenes. Unas diez mujeres afganas y afganas-americanas se nos unieron vía Skype desde Washington D.C.. Esta reunión organizativa fue seguida de muchas otras.

Foto de la protesta en Kabul

Foto de la protesta en Kabul

Durante este proceso, tuvimos que luchar contra la desesperanza cuando la policía nos prohibió encontrarnos en la Universidad de Kabul porque «no querían que las mujeres les causasen problemas». Tuvimos que perseverar cuando nos enfrentamos a la humillación, acoso e insultos mientras intentábamos fundar Mujeres Jóvenes por el Cambio (Young Women for Change) como una organización sin ánimo de lucro. Tuvimos que mantenernos fuertes y simplemente sonreír cada vez que alguien nos preguntaba con incredulidad y una sonrisilla de suficiencia: «Todas vosotras sois muy jóvenes y además mujeres; ¿cómo podréis llevar una organización?» Y además de eso, continuamos soñando y haciendo planes incluso cuando apenas una o dos mujeres acudían a alguna de las reuniones.

Al final y a pesar de todo formamos Mujeres Jóvenes por el Cambio (Young Women for Change) una organización comprometida con la igualdad de género. Primero decidimos centrarnos en un problema al que todas nos enfrentábamos: el acoso callejero. Diseñamos una campaña que incluía pósters, folletos, anuncios en la radio, redes sociales, entrevistas televisadas y debates, y la primera marcha contra el acoso callejero a las mujeres. Pronto nos encontramos escribiendo consignas como «El Islam y la ley prohíben el acoso a las mujeres«, «Tengo derecho a pasear en mi ciudad sin peligro«, «Estas calles también son mías«, «No me callaré la próxima vez que me insultes«, y muchos más. Lo siguiente que supimos fue que estábamos marchando calle abajo, acompañadas por grupos de hombres que nos apoyaban, así como de miembros de la policía y los medios. Ya no me sentía nerviosa. Estaba orgullosa.

El jueves 14 de julio de 2011 fue el primer día que sentí que pertenecía a la ciudad en la que había vivido durante casi toda mi vida. Me di cuenta de que las mujeres que caminaban con sus tacones y velos – y también los hombres que las apoyaban  –  tenían una gran fuerza y poder esperando a ser desatado, que me hizo sentirme muy orgullosa de estar entre ellos.

A pesar de la historia de guerra de Afganistán, y sus noticias llenas de violencia, ataques suicidas, talibanes y corrupción, había encontrado algo de lo que sentirme orgullosa en mi país. Este fue el momento en el que me enamoré de Afganistán.

Desde entonces, Mujeres Jóvenes por el Cambio (Young Women for Change) ha podido obtener el estatus de organización sin ánimo de lucro, formar un grupo masculino de apoyo, organizar charlas mensuales sobre temas relacionados con la mujer y los estudios de género, reunir libros para construir bibliotecas en las ciudades de Kabul y Helmand, y empezar a llevar a cabo una investigación sobre el acoso callejero en Kabul gracias a una nueva beca. Durante esta aventura, mi amor por Afganistán y su gente ha crecido de una forma tremenda. Ello no quiere decir que antes no amase a mi país; pero cuando he visto la capacidad y la motivación de formar un movimiento feminista fuertemente enraizado en Afganistán me inspiró tanto que supe que nunca podría abandonarlo.