Carta a Necdet

El mundo ya no es tal y como lo conocíamos, Necdet. Igual que cuando tú te cagas en el funcionario que escribió tu nombre mal en el registro, y también en su santa madre, me cago yo en el aciago destino que me dejó caer en la galaxia equivocada. Ya sé que soy mala persona, pero sólo quiero «que todo el mundo sepa que viví una vida feliz», como diría el Sr. Kemal. Pero no es que no puedas decir que tuviste una vida feliz, es que ni siquiera puedes decir que hayas tenido una vida. No somos más que un ruido caído al mundo. Nuestra boca no se puede coser.

¿Te acuerda de aquel día en que tú y yo nos quedamos congelados en aquel frío que calaba hasta los huesos? Tú aún le cantabas a Müjgan canciones de amor, y yo observaba la finura de los dedos que rasgaban las cuerdas del arpa. Terminamos en comisaría, enrollados en una manta que había cambiado de color a causa del polvo, y estaban allí unos cuantos funcionarios y un doctor que se preguntaban «de dónde han salido estos a estas horas». Nos salvaron la vida justo cuando nos estábamos librando de ella. Íbamos a agarrarnos a una nota musical y viajar a otra galaxia, ¿sabes? Al igual que creíamos en Dios, creíamos que seríamos felices en nuestra próxima vida. Era por eso que teníamos tanta prisa, pero alargaron nuestro destierro.

La gente pasaba por nuestras vidas. Müjgan no venía. La mujer que tocaba el arpa, tampoco. Aunque su voz a lo lejos era agradable. Nos convertíamos en el centro de atención de cualquier ciudad a la que fuéramos, y la gente nos quería mucho. Luego, de forma repentina, parece que nos convertíamos en malas personas. Ponían mala cara al vernos. En el país en el que vivíamos todo subía. Subía el precio del dólar, del euro. Se disparaba el precio del kilo de patatas. Una mujer pegaba un portazo y salía. Menos tú y yo, todos salían a divertirse. Nosotros siempre estábamos derrumbados, éramos mendigos. Por eso, torcían el gesto los que nos veían. Nos encontrábamos en el destierro, no sabíamos cuál era nuestro sitio, y menguamos imaginando cosas grandes. E imaginábamos cosas grandes mientras menguábamos. Así es como lo perdimos todo. Dijeron que la cuerda del arpa se rompió, y que Müjgan encontró a otro. Los demás encarrillaron sus vidas. Y nosotros descarrilamos las nuestras.

Cuento Nejdet: Uno, dos, tres, cuatro… Más o menos tres mil seiscientos ochenta millones y diez. Me sorprendí. Uno, dos. Te digo que te levantes y nos vayamos, y tú me dices que me espere, que va a pasar Müjgan. Necdet, así no va a sanar esta herida. Esta soledad nuestra no tiene fin. Y no podremos enseñarle a nadie que el adverbio «también» se escribe separado*. . Qué tristeza. Algo se rompe en mi interior. Me imagino el trance de unos peces sobre alguna barbacoa cerca de la costa. También el oleaje del mar, la brisa que azota mi rostro y el sonido de un arpa. Y las dulces discusiones que tenéis tú y Müjgan. Sujetar los finos dedos de la chica que toca esas cuerdas. Me digo a mí mismo «tío, levántate, deja de soñar y corre a su puerta». Pero no puedo hacerlo Necdet, no soporto este mundo. Es por eso que estoy tan enfadado y por eso que maldigo a todos los poetas.

Pero el mundo ya no es un lugar comprensible para nosotros.

Este destierro tiene que terminar, porque entenderlo es ya tan doloroso como explicarlo.

Y esta soledad es como la muerte.

  • Ali Oktay Özbayrak

 

*Una falta de ortografía común en turco, sobre todo entre la gente joven, es escribir el adverbio «de» («también») pegado a la palabra y no separado. Si se pone junto a la palabra anterior sin dejar un espacio entremedias se confunde con el sufijo «-de» que sirve para indicar «lugar en donde».

Bahçede bir kedi var – Hay un gato en el jardín.

Bahçede bir kedi ve bir de köpek var – Hay un gato y también un perro en el jardín

azrael

Ilustración tomada de «Pollo con Ciruelas» de Marjane Satrapí.

— ¿Conoces a Azrael? Ya sabes, ¡el ángel que se lleva la vida de las personas!
— ¡Sí!
— Pues ese Azrael un día pidió a Dios que le diera vacaciones. Le dijo: «Estoy cansado, ¡que por un tiempo trabaje otro en mi lugar! ¡Voy a descansar!». Dios le concedió una excedencia de diez años y Azrael recorrió el mundo, gustándole Estambul más que cualquier otro lugar… Y quiso establecerse allí. Llegó al barrio de Fatih bajo la apariencia de hombre de mediana edad y abrió una tienda utilizando el nombre de Hacı Mehmet Ağa. No habían pasado ni dos meses cuando ya se había ganado la simpatía de los vecinos, que le dijeron: «Nos caes muy bien, vamos a casarte». Sin darle oportunidad para decir «¡Parad! ¡No lo hagáis!», ya lo habían casado. No había pasado ni un año cuando tuvo un hijo. Su esposa era conflictiva, una criatura con la que no se podía convivir, y Azrael acabó hasta las narices. Iba a abandonarla e irse, pero le daba pena su hijo. Finalmente, su hijo cumplió diez años y se acabó la excedencia de Azrael. Al irse, llevó a su hijo a un rincón y le dijo «Me voy, no aguanto la maldad de tu madre. ¡Pero te voy a hacer un favor! ¡Anuncia que eres médico! Ve a donde sea que haya un enfermo, y me verás allí. Si estoy a los pies de la cama, el enfermo se curará, dale dos gotas de agua como si fuera medicina. Si estoy en la cabecera de la cama, entonces es seguro que el enfermo morirá. Pronuncia tu diagnóstico de acuerdo con esto. ¡Nadie podrá verme excepto tú!». Y se marchó. El muchacho, siguiendo el consejo de su padre, anunció que era médico…

Murat, cada vez que salía la palabra «médico», sonreía mirando a Yordanidis:

Al final, el joven que no entendía bien el turco preguntó en francés:
— ¿Qué es lo que pasa?
No te preocupes, nos estoy protegiendo.
Charlot:
— ¿Y después? dijo.

– Después el joven se convirtió en un médico famoso. Al empezar a curar a los enfermos para los que no había esperanza y anunciar la muerte de algunos que parecían no tener gran cosa, se hizo famoso en el mundo entero. Un día enfermó la hija del sultán. El sultán hizo llamar al médico y le dijo: «Dicen que puedes curar a los enfermos más graves con dos gotas de agua. Si no puedes curar a mi hija, te juro por Dios que te cortaré la cabeza». El muchacho entró en la habitación de la muchacha, miró, y vio a su padre en la cabecera. Empezó a suplicar… Sin embargo, Azrael, que tenía órdenes de Dios, decía «¡No hay remedio!» a la vez que negaba con la cabeza. El médico salió un momento. Volvió a entrar y, cuando no había pasado ni tan sólo un minuto, se formó un escándalo fuera. Al preguntar Azrael «¿Qué está pasando?», el médico asomó la cabeza por la puerta. Después, se giró hacia Azrael y le dijo: «No pasa nada, papá. ¡Mi madre se ha enterado de que estabas aquí y quiere entrar!». Nada más escuchar esto, Azrael se escapó saltando por la ventana. Dicen que la hija del sultán todavía vive.

Kemal Tahir – Las gentes de la ciudad Libre
İthaki Yayınları, p. 254-255

KEMAL TAHİR

Kemal Tahir Demir (13 de marzo de 1910 – 21 de abril de 1973) es uno de los novelistas más prolíficos de la literatura turca. Intentó para adaptar el marxismo a la sociedad turca intentó comprenderla bien, transmitiendo lo que había aprendido a los lectores a través de sus novelas. Nació en Estambul, siendo su verdadero nombre İsmail Kemalettin Demir. Su padre era uno de los mejores amigos del sultán Abdülhamit, el Capitán Tahir Bey; su madre era Nuriye Hanım (llamada Hubser en el palacio), una de las criadas de Naile Sultán, hija de Abdülhamit. Debido a los destinos de su padre, empezó su educación en diversos lugares del Imperio Otomano, continuándola en el Liceo Galatasaray cuando su familia se establece definitivamente en Estambul. Dejó los estudios y fue pasante en un despacho de abogados de Estambul, y más tarde fue depositario en una mina de carbón de Zonguldak. Su prosa destaca por el uso del turco propio de Anatolia central.

© Traducción: Renata Vázquez Santamaría, 2017

Sabahattín Alí es un periodista, poeta y escritor turco muy influyente cuya obra más leída es la novela Kürk Mantolu Madonna. En su época fue un escritor muy controvertido y pasó por la cárcel por críticar a Atatürk en una poesía. Ejerció de profesor, enseñando turco y alemán. También publicó varias revistas de humor aunque fueron cerradas en el periodo de un único partido. Murió en la frontera con Bulgaria a los 41 años de edad, se piensa que asesinado. Como curiosidad, todas sus obras se leen en las escuelas de Bulgaria y es allí un autor muy conocido y querido. Hoy es su cumpleaños y se han estado compartiendo en internet muchas citas suyas.

En particular me ha gustado esta (a pesar de la errata) y querría compartirla con vosotros.

sabahattin

El defecto no es tuyo, es mío.

Parece ser que no tengo capacidad de creer.

Pensaba que no estaba enamorado de ti

porque no podía creer de ningún modo que me quisieras tanto.

De esto me doy cuenta ahora.

Parece ser que la gente

me ha quitado la capacidad de creer.

Pero ahora creo.

Me has hecho creer.

Te quiero.

No como un loco,

sino como un hombre cuerdo te amo.

Türkiye’de öğrenci hayatı nasıl? Finlandya’da Burslu bir öğrencinin hayatı da nasıl? Héctor, Romina, Marta ve Guillermo, Aprendemas.com’ın portalının Facebook’taki sayfalarından biri olan Locos por las Becas’ın (Burs çılgınlığı) takipçisidir. Sayfaya 4 yıl boyunca katılan 500.000’e yakın takipçi arasında bu röportajın kahramanları olan dört öğrenci de yer almaktadır. Yaşadıkları deneyimler aracılığıyla farklı ülkelerde bursluların hayatının nasıl olduğunu öğrenmek ister misiniz?

Héctor Vielva, 22 yaşında. Türkiye’de bir Palencia’lı.

Erasmus tecrübesine çok benziyor, ama daha kıtalararası bir boyut taşıyor. Meselâ, bir gün Bangladeşli, Malezyalı, Ganalı veya Özbek öğrencilerle birlikte yaşayacağımı aklımın ucundan geçmezdi”. Héctor Vielva, Facebook sayfamızda ilanını gördüğü Türkiye Devletinin bursu sayesinde Palencia’daki köyü Cervera de Pisuerga’dan İstanbul’a taşındı. Guillermo, Romina ve Marta gibi, o da tecrübelerini bizimle paylaşmak istedi.

Héctor 22 yaşında ve Valladolid Üniversitesinin Tarih bölümünün mezunu, şimdi ise İstanbul Üniversitesinde aynı bölümde yüksek lisans eğitimi görmektedir. Birkaç ay önce Türkiye Büyükelçiliği tarafından verilen ilanını görüp şansını denemeye karar verir. Seçim süreci hakkında görüşünü “En zor kısmı T.C. Madrid Büyükelçiliğinde gerçekleşen mülakattı” diye ifade ediyor. Mülakatta Héctor yabancı dil bildiği, iyi bir transkripte sahip olduğu ve gerçekleştirmeyi planladığı projenin önerisini kafasında tasarladığı konularında mülakat kurulunu ikna etmek durumundaydı.

Ayrıca “Büyükelçiliğe bütün belgelerin asıllarını, resmi çevirileriyle birlikte teslim etmem, öğrenci vizesi almam gerekiyordu. Bütün bu bürokratik işlemlerin toplam maliyeti 400 avroydu” diye de eklemektedir. Tüm bürokratik işlemler bittikten ve seçildiğine dair kabul belgesini aldıktan sonra Héctor’a düşen bavullarını toplamaktı. Héctor, ailesi ve arkadaşlarının izlenimleri hakkında : “Ailem ve arkadaşlarım şaşırdılar ve mesafenin uzaklığından yakındılar, ancak bunun benim için eşsiz bir akademik fırsat olduğunu biliyorlardı” diyor.

Héctor‘un macerası Eylül ayında başladı. “Benim için çok büyük bir değişim oldu. Palencia’daki köyümün nüfusu 3.000 kişi, son zamanlarda yaşadığım Valladolid şehrinin nüfusu ise 300.000 kişiydi. Oysaki İstanbul 18 milyon nüfusu barındıran ‘yaşayan bir canavar”. İstanbul’da bütün aradıklarını bulabidiğini düşünüyor: “Tarihsel bir bakış açısından bu şehir Bizans ve Osmanlı dönemlerine ait kalıntılar ve tarihi mekânlarla dolu ve aynı zamanda, İstanbul, müze, sergi ve kültürel etkinlikler gibi geniş seçenekler sunuyor”. Eğlence hakkında, Héctor İstanbul’da dünyanın dört bir köşesinden gelen öğrenciler bulunduğu için her zaman yapılacak güzel etkinlikler olduğunu ifade ediyor.

«Benim amacım Sanat ve Kültür uzmanı olmaktır»

Héctor “İspanyol olduğunu söylediğinde ilk gelen soru ‘Real Madrid mi Barcelona mı?’ oluyor. Belki biraz saçma gelebilir ama bu soru aradaki buzları eritmeyi başarıyor” ve Türklerin İspanyol futbolunu yakında takip ettiğini ve Real Marid ile Fútbol Club Barcelona’ya duydukları hayranlığı vurguluyor. “Şimdi Türkler Atlético de Madrid’i çok seviyor, çünkü milli kahraman gibi görülen Arda Turan o takımda oynuyor” diye gülerek ifade ediyor.

Héctor’un günlük hayatı üniversitede geçiyor. Çoğu programların eğitim dili İngilizce, ama onun seçtiği programın eğitim dili ise Türkçe olduğundan burs programının sunduğu yoğun Türkçe kursununa katılmaktadır. Üniversite dışında, öğrenci yurdunda olduğu zamanlar diğer yabancı öğrencilerle İngilizce de konuşuyor. Fakat oda arkadaşları Kolombiyalı olduğu için onlarla İspanyolca konuşuyor. “Yavaş yavaş daha fazla Türkçe kullanmaya başladık ve bazen çok komik oluyor çünkü ‘Türkglish‘ gibi bir dil konuşuyoruz”.

Héctor için Türkiye tam anlamıyla tarih demek. “Türkiye karşıtlıklar ülkesi, hem Avrupa hem de Asya’nın etkileri bulunabiliyor. Bunun en iyi örneği İstanbul’dur. Burada yaşayarak Türk toplumunun çelişkilerini, karmaşasını ve aynı zamanda güzelliğini anlamak mümkündür”. İspanya’nın güncel gelişmelerini takip ediyor, ancak Türkiye’nin gündeminden de uzak değil, Taksim Meydanında birçok protestolara şahit olmuş. “Öğrenciler tarafından düzenlenen protestolara; İslam Devletine karşı protestolara; İslamcı, feminist, komünist ve sendikal protestolar da dâhil her tür protestoya şahit oldum. Genel anlamda, baskı daha sert olmasına rağmen İspanya’dan daha büyük bir duyarlılık var ve bu duyarlılık sokaklara da yansıyor

Bu yüzden, İstanbul her gün yeni ve fevkalade bir ders cıkarılabildiğmiz eşsiz bir sahnedir: “Herkese önyargısız olarak ve özellikle hoşgörüyü temel alan öğrenme isteğiyle gelmesini öneriyorum”.

Kaynak: AprendeMas.com

ImagenPara la nueva edición turca de su novela titulada El Libro Negro, Orhan Pamuk ha escrito un nuevo epílogo que ha sido publicado, de forma resumida, a fecha de 11 de octubre de 2013 en la sección de literatura de la edición online del periódico turco Radikal que podéis encontrar aquí.

¿Cómo escribí El Libro Negro?

Publiqué El Libro Negro en 1990, cuando contaba con 38 años de edad. Este libro es el producto de un período de dejar volar la imaginación y de trabajo intenso en el que no me dedicaba a otra cosa que no fuera la literatura. Cuando estaba terminando el libro me sentía, desde muchos puntos de vista, como mi protagonista, Galip. Estaba cansado, pero estaba seguro de que mi novela era distinta, extraña y peculiar.

Después de un trabajo de tres años, en noviembre de 1988, cuando me faltaba poco para terminar el libro, escribía sin parar encerrado en un apartamento vacío en lo alto de un edificio de diecisiete pisos en Erenköy. Mi mujer estaba en Estados Unidos; nadie sabía mi número ni me llamaba. Estaba muy solo, y la mayor parte del tiempo no me quejaba de ello. De hecho, mis pocos amigos, los editores que querrían que escribiese artículos de revista o periódico o cosas parecidas, estaban lejos de poder apartarme de mi libro y de las aventuras de Galip. Aparte de mis amigos-parientes lejanos (Ömer y Sibel) que vivían en el mismo gran apartamento y que a veces amablemente me preparaban la cena no veía a nadie, y, como todas esas veces en las que me encerraba en un libro y felizmente olvidaba el mundo, estaba muy contento de no ver a nadie.

Pero, por alguna razón, no podía terminar el libro en aquel rincón en el que me había encerrado. Escribí El Libro Negro durante un espacio de tiempo de cerca de cinco años, y como siempre me esforcé mucho por escribir bien.

El que mientras escribía la novela en el edificio vacío y solitario de Erenköy no llegase el final del libro, junto con el placer de escribir y de la soledad hizo que, con un sentimiento raro de infelicidad y miedo, me empezase a asemejar poco a poco a mi personaje Galip. Como Galip, que al buscar a su mujer sin poder encontrarla en Estambul se encuentra de paso con cosas inesperadas, debido al sentimiento de pérdida e infelicidad que habitaba en su interior no podía disfrutar de todas esas maravillas, ni de los túneles subterráneos, ni de Türkan Şoray* y sus parecidas, ni de las columnas de revista que leía, yo también sentía que escribiendo y ampliando las delicias del libro que me hacían feliz me llegaban a lo más profundo. Por por algún motivo no podría darle fin a mi novela con un sentimiento de triunfo.

Después de un tiempo me encontré, como Galip, completamente sólo en el lugar que escribía. Dejé de arreglarme y afeitarme todos los días. Recuerdo que una tarde caminaba como una aparición por los callejones de Erenköy calzando unas deportivas viejas y agujereadas, con una boina en la cabeza, y con un chubasquero con los botones arrancados puesto, llevando en la mano una bolsa de plástico en malas condiciones. Miraba a las ventanas de los primeros pisos de las casas, a las vitrinas de los establecimientos y restaurantes imaginando otras vidas. Entraba en un restaurante o bufé cualquiera, y mirando huraño al interior, llenaba el estómago. Me acuerdo que un día mi padre, que me visitaba una vez cada dos semanas y me llevaba a comer, preocupado por que me ocupara de mi novela como si fuera una guerra, por la suciedad y la dejadez del apartamento en el que vivía, por mi aspecto de perdedor y porque no estaba pudiendo de ningún modo terminar mi libro, me dio un consejo y me dijo «Cuida de ti mismo, sal un poco de este mundo».

***

La primera idea de El Libro Negro, es decir la idea de escribir un libro que abarque la poesía de las calles de mi infancia y la anarquía e historia que había tenido lugar en Estambul, existía en mi cabeza desde el final de los años 70. En un cuaderno que comencé a escribir en el año 1979, hablé de un intelectual que se escapaba de casa a los 35 años, del largo fin de semana que había pasado, y al mismo tiempo de un partido de fútbol de la selección nacional que se jugaba en Estambul y que acababa en tragedia nacional, de los cortes de electricidad y de las calles de Estambul, con un aire a las pinturas de Bruegel (nieve) y de Bosch (los demonios), del Mesneví**, el Shahname*** y los cuentos de las Mil y Una Noches.

Cuando estas primeras ideas se desarrollaban en mi mente aún no había publicado mi primer libro, Cevdet Bey e hijos****; pero como protagonista tenía en mente un pintor, y concebía un libro titulado «La miniatura destrozada». Juntaba varias cosas al mismo tiempo, el caos y el ruido interminables de Estambul, sus intelectuales, las fiestas a las que asistían estos intelectuales, sus reuniones familiares, los entierros, los comentaristas de un partido de fútbol, un concurso de belleza; y como siempre, era más feliz con estas ideas y fantasías de la novela que tomaría el nombre de El Libro Negro que con las novelas que me encontraba escribiendo por aquel entonces (una novela política a medio hacer, La casa del silencio, El castillo blanco).

Por esa época viví un día que influenció la idea y estructura de libro. En el año 1982, en un ambiente de fuerte represión política y poco antes de que se presentase a referéndum la nueva y opresiva constitución elaborada dos años después del golpe militar de Kenan Evren en 1980, me llamó mi primo y me dijo que un canal de televisión noruego buscaba intelectuales dispuestos a criticar la constitución propuesta delante de las cámaras, y me dijo que no conocía a nadie con valor para hacerlo. ¿Le podía echar una mano?

***

Después de un gran esfuerzo, no esperaba que la novela que había terminado, y que había venido de la mano de una crisis existencial, se vendiera mucho o fuera muy popular. Además, su primera editorial, Can Yayınları, tampoco había hecho ninguna presentación especial. Pero si me preguntas, la novela gustó a los lectores por hablar de lo diferente y la novedad, y también de una vida que nos resulta conocida. Sin apoyo de los medios ni campaña de publicidad El Libro Negro se abrió su propio camino y el número de mis lectores en Turquía se multiplicó por tres. La novela suscitó polémica y abrió debates sobre la lengua de la novela, lo raro del tema y la dificultad que presentaba entenderla. Mi amigo el profesor Nüket Esen Kara reunió los escritos más interesantes, provenientes de los círculos literarios internacionales, relacionados con la novela en un volumen titulado Kara Kitap Üzerine Yazılar (Escritos sobre El Libro Negro). En uno de ellos, un crítico inglés de lengua afilada escribió en tono jocoso que un libro tan aburrido sólo podía gustar y ser leído por los franceses y que los noruegos le darían premios famosos. Esta profecía se cumplió doce años más tarde de una forma muy acorde con el alma del libro. El Libro Negro, que ha sido traducido a cerca de cuarenta idiomas, en el país que más ha gustado es Francia, y el presidente del jurado del premio Nobel declaró justo después de anunciar el premio de 2006 que era esta novela la que más les había impresionado.

Ahora entiendo lo feliz que era por poder fumar tanto como quisiera mientras escribía la novela, y por poder deleitar mis oídos con el silencio de Estambul (las jaurías de perros que ladraban a lo lejos, los crujidos de los árboles, los coches de policía, los camiones de la basura, los borrachos) hasta las cuatro de la mañana en aquellas noches en las que me encontraba terminando la novela. Vivía esta felicidad, aquellas medias noches hasta el amanecer, con el miedo y el placer de perderme dentro del secreto de la novela, que me estaba cerrado muchas veces, y en un vertiginoso cansancio intangible.

Como sabía muy bien que no podría comprenderlo ni solucionarlo no quise entrar durante mucho tiempo en el tema del significado, miedo y consistencia de este misterio, en esa zona peligrosa por la que muchos me preguntan con algo entre sospecha y curiosidad. Entretanto, estamos preparando un librito titulado Los Secretos de El Libro Negro.

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* Türkan Şoray: Es una famosa actriz turca consideraba como el icono de la industria de cine local de los años 60 y 70.

**Mesneví: Es una obra de Mevlana Jelaleddin Rumí de seis libros de poesía en los que enseña a los sufíes a alcanzar la unidad con Dios.

***Shahname: Es el poema épico iraní por excelencia. Compuesto por Ferdowsí, narra la historia de Irán desde la creación del mundo hasta la conquista musulmana. Muchos episodios mitológicos narrados en esta obra son conocidos en todo el mundo turco-iranio.

****Cevdet Bey e hijos: Primera novela de Orhan Pamuk publicada en 1982 y que se acaba de traducir al castellano que narra la historia de tres generaciones una familia desde los últimos tiempos del Imperio Otomano hasta los años 70. En turco se titula Cevdet Bey ve oğulları.

ImageAntes de abandonar Ankara, ciudad a la que no volveré en una buena temporada, quise comprarme un libro de Barış Biçakçı. Biçakçı, a pesar de ser nacido en Adana, es un amante de la ciudad de Ankara, cuyas calles y paisajes suelen ser el escenario de sus relatos cortos y novelas. Como no me podía cargar con mucho peso, decidí adquirir una pequeña colección suya de relatos cortos titulada Baharda yine geliriz, que se podría traducir al castellano por En primavera volveremos de nuevo, publicada originalmente en 2006 por la editorial İletişim. Este autor nacido en 1966, utiliza un lenguaje muy simple, coloquial, unas descripciones minimalistas, y sus temas suelen ser escenas cotidianas. Una de sus novelas, Bizim büyük çaresizliğimizen castellano algo así como Nuestra gran desesperación, fue llevada al cine en el año 2011. 

Durante las pesadas horas de vuelo este librito me ha hecho una agradable compañía, e incluso he traducido algo malamente el primero de los relatos, titulado El cielo de una noche de verano, al castellano para compartirlo por aquí con todos vosotros.

Espero que os guste 🙂

El cielo de una noche de verano.

Me encontré con Mahir en la parada. Él también estaba bebido. Al parecer, habíamos perdido el último autobús. Desde debajo del puente, Mahir había visto como el autobús había girado hacia la izquierda en Adliye.

«Y si es así, ¿qué haces aquí esperando?» le pregunté.

Abrió los dos brazos y dijo «¡Pues no sé!», y señaló con la cabeza a dos hombre que estaban sentados en la parada. Los dos tenían en la boca un cigarrillo, miraban al frente, al jardín en tinieblas de la facultad. No parecía que estuvieran esperando a nada. Simplemente estaban sentados.

Un taxi se acercó a la acera, el taxista se estaba fumando un cigarro fuera. Debía de haberse dado cuenta de que de nosotros no le iba a salir ningún trabajo. Quizá lo que no quiere es que vayamos y empecemos a regatear el precio de la carrera, así que por eso no muestra ni el más mínimo interés.

«Caminemos hacia Ulus», propongo, «Y así se nos baja el pedal».

Mahir no sólo estaba bebido, sino que además le pasaba algo. Yo también había bebido, pero no me sentía aliviado. Caminábamos dando tumbos. Llegaba el aroma de los tilos desde los jardines de las escuelas. Mahir tenía la nariz tapada y tenía que esforzarse para percibir olores. Le doy unos golpecits flojos en la espalda.

«¡Déjalo estar!»

Se habían apagado las luces del parque de atracciones. La estación estaba iluminada, y se aparecía bella. Lejos se mezclaban con el azul oscuro del cielos, las colinas y las luces de las farolas que parecían puntitos de luz.

Mahir me preguntó que con quién había bebido. Cuando respondí que había bebido solo se entristeció y puso su mano sobre mi hombro. Él había estado con sus amigos del instituto. Ya sabía que se juntaban varias veces al año.

«¿Has hecho alguna locura?», le pregunto. «¿La has líado?»

Sonríe. «Esta tarde estaba tranquilo» me dice, pero me da la impresión de que lo que en realidad había querido decir es que «Esta tarde estaba muy harto y deprimido». «¡Esta no es la vida que quería! ¡Para esto nos hemos esforzado todos estos años?»

Me dolía mucho la cabeza.

Mahir señala la carpeta de plástico que llevo en las manos. «¿Qué es eso? ¿Trabajo?»

Le cuento que a veces me tengo que llevar trabajo a casa los fines de semana. Levanto la cabeza hacia el cielo. Me empiezo a frotar la nuca.

De repente, Mahir propone que hagamos autostop.

Salimos de la ópera y entramos en la calle de Talat Paşa. Hace años, un tío que conocíamos de vista nos explicó que era más fácil parar un coche agitando la mano abierta que mostrando sólo el pulgar. Mahir alarga el brazo y hacer lo que el tipo les dijo. Me mira de refilón y se sonríe.

Enfrente se para una vieja camioneta en la que iban apretadas tres personas. Mientras Mahir habla con el conductor veo que en la parte de trás, entre los bidones azules, están sentados un hombre y un niño de diez años. Probablemente padre e hijo.

Nos subimos a la caja de la camioneta y saludamos. Cuando nos estábamos sentado, el hombre golpea la caja. Mientras  se pone la camioneta en marcha traqueteando el viento nos rodea y nos abraza por todas partes. Sobre nuestras cabezas desfilan las verdísimas ramas de los árboles, las farolas de las calles y el cielo. Notó una sensación de alivio. Mahir se anima.

«Un viaje…» dijo.

Mahir menea la cabeza «Las piedras que tenemos dentro están en su sitio»

Ya no decimos nada más, admiramos la vista que nos rodea.

Al pasar al lado de los terrenos de la fábrica de azúcar, amplios y lisos, la luna se hace la reina del paisaje.

Mahir toma la carpeta que descansaba sobre mis rodillas y la retuerce. La transforma en un catalejo, mira al cielo. Me río y el también sonríe. Después me pasa el catalejo. Colo uno de mis ojos en la mirilla y apunto a la luna. Se ve la luna y, de repente, desaparece. Al bajar el catalejo mi mirada se cruza con la del niño que tenía la cabeza recostada sobre el hombro de su padre.

«¿Puedo mirar yo también?» me pregunta el niño, que ahora se ha erguido y su cabeza se menea levemente.

«¡Por supuesto!» le dijo mientras se lo alcanzo.

Mahir y yo nos apoyamos el uno en el otro, observando al niño apuntaral firmamento con el catalejo y su mirada extasiadaante lo que veía.

Los árboles de Gezi, por Ahmet Ümit.

Los árboles de Gezi, por Ahmet Ümit.

Este texto de Ahmet Ümit fue publicado originalmente en el suplemento de la gazeta «BirGün» al que he tenido acceso a través de este enlace. De dicho autor está disponible en castellano la novela «La tumba la negra» traducida por Rafael Carpintero que podéis adquirir aquí.

Los árboles del parque Gezi

A las tres de la mañana, la plaza de Taksim se había quedado un poco solitaria, pero todavía quedaban algunos trasnochadores deambulando. Bajo la luz plateada de la luna llena se encontraban los cuerpos sudorosos de mujeres y hombres jóvenes, amantes abrazados estrechamente.

Aún un poco borrachos, algunos tararean todavía melodías alegres. Sin embargo, yo estoy cansado, muy muy cansado. Desde por la mañana no me había levantado de la mesa del ordenador. Siempre me pasa lo mismo, cuando estoy terminando una novela, por mucho que quiera, no puedo abandonar a mis personajes y ellos toman el control y me arrastran a la fuerza hasta el final de la historia. Ahora me está ocurriendo exactamente eso, y a pesar de que me duelen los dedos y de que han empezado a volar mariposas frente a mis ojos no encuentro manera de librarme de las teclas del ordenador. Si esto continúa así, seguiré escribiendo hasta que se me caiga la cabeza sobre el teclado y ahí se quede. Menos mal que llegó esa llamada. Me refiero a la llamada que me hizo mi mujer. «¿Vas a quedarte a dormir en la oficina?», me decía. «Por mí no hay ningún problema, pero a partir de ahora te quedarás siempre a dormir allí». Su amenaza fue bastante efectiva. Al instante aparté los ojos de la pantalla, despegué los dedos de las teclas, apagué el ordenador y me sumergí en la muchedumbre bulliciosa de la calle İstiklal.

Mi intención era coger un taxi e irme enseguida a casa. Pero hacía tan buen tiempo que, muy a pesar de las amenazas de mi mujer, me dejé llevar por la atracción que ejercía la luz de la luna llena brillando en el cielo. Quise disfrutar del sabor templado del otoño. Espaciando mis pasos, observando a las coloridas gentes de mi alrededor, llegué a la plaza. Hasta aquí todo estaba en orden, pero al pasar por las cercanías del parque Gezi pasó lo que pasó; un hombre que salía disparado del parque se cruzó por medio.

«¡Ayuda! ¡Ayuda!»

Su pequeño cuerpo temblaba como una hoja, y con los ojos abiertos como platos, escudriñaba las sombras de los árboles. Debía de tratarse de un ataque o un robo. Yo también dirigí la vista al parque. Aunque no tenía ni idea de cómo me iba a proteger en caso de que saliera el atacante, apreté los puños y esperé a que saliera el malhechor desconocido de entre los árboles. Pero pasaban los segundos y nadie salía. No soy muy corpulento, pero igual al verme en posición de pelea desistió de aparecer. Me volví hacia el hombre, que todavía temblaba de miedo.

«Se debe de haber asustado», dije con voz confiada. «No saldrá del parque…»

Me miró a la cara con ojos extrañados, como si hubiera dicho algo raro.

«¿Quién se ha asustado?»

«Pues quién va a ser, el hombre que te estaba persiguiendo. ¿O eran más de uno? Por cierto, ¿de quién huías?»

«¿De qué hombre me hablas?»

El terror que se leía en su mirada no había disminuido, y clavando la mirada a la oscuridad del parque masculló:

«No estoy huyendo de una persona, sino de los árboles»

Le miré sorprendido.

«¿Y por qué huyes de los árboles?»

Se acercó a mi oreja.

«Porque hablan… hablan continuamente, sin parar jamás».

Me llegó a la nariz un aroma sucio a alcohol, y por primera vez me fijé en sus ropas harapientas. El hombre que tenía enfrente era un sinhogar, y estaba muy muy borracho. Probablemente dormía en el parque. Esta noche se había pasado bebiendo y había tenido una pesadilla. Sin embargo, él, sin ser consciente de mis pensamientos, continuaba delirando:

«Susurran sus nombres, y cuando sopla el viento el parque se llena de sus voces. Como un salmo, como una oración, sin parar dices sus nombres en susurros…»

El pobre hombre debía de estar como una cabra.

«Déjalo», le dije tocándole el hombro de forma amigable. «Que susurren, sea como sea no pueden hacerte daño».

Separó sus manos desesperado.

«No, me conocen. No sólo ese pino enorme, sino también ese castaño gigantesco. Incluso esos estrechos brotes de rosa. Sí, incluso ellos, en cuanto notan que hay una leve brisa, enseguida empiezan a hablar».

Sabía que no decía más que tonterías, pero no pude sino preguntar.

«¿Y de qué te conocen?»

Me contestó sin dudar:

«Del verano pasado, desde junio». Señaló el parque con la mano. «Aquí trabajaba yo».

Era un borracho, pero tenía una imaginación fantástica.

«¿Eras jardinero?»

Puso un gesto de reproche.

«Qué jardinero ni qué niño muerto» contestó «Trabajaba para la policía. Ayudaba a la policía. Es decir, era un oficial del gobierno.»

Poco a poco la historia iba tomando un cariz más divertido.

«¿Qué tipo de servicio prestabas?»

Me echó una mirada sardónica.

«Tío, ¿qué pasa? ¿No vives en este mundo o qué? Apenas hace unos meses esto era como una zona de guerra. El parque no era muy distinto de un infierno».

Por fin caí en la cuenta. Se refería a las protestas de Gezi. A la insurrección que tuvo lugar en contra del gobierno que pretendía arrancar los árboles y construir en su lugar un centro comercial. Es decir, que lo que había pasado le había dejado pasado de rosca. Pero he de confesar que en la mentira que me estaba diciendo había una cierta lógica. Como me daba curiosidad su mundo de fantasía, decidí continuar profundizando en la conversación.

«Y bien, ¿tú que tarea realizabas?»

Se sonrió con malicia y se le vieron los dientes podridos entre sus gruesos labios.

«Le contaba a la policía lo que estaba pasando en el parque. En aquel entonces esto era increíble… todo estaba lleno de gente, de personas de izquierdas, de derechas, de hippies, de gente religiosa, mujeres, quien se te ocurra estaba aquí. Dentro le pegaron una buena paliza a un policía de paisano. Por eso la madera prefería no entrar al parque. El comisario Erol de la policía de Beyoğlu me encontró. Es un buen tipo, de vez en cuando nos da dinero, si nos arrestan nos apoya. Me cogió por banda en la calle İstiklal. «¿Aún duermes en el parque Memo*?» me preguntó. Y yo le dije, «Sí, capitán». Me puso un billete de 100 liras** en la mano. «Bien, pues entonces todas las mañanas, mediodías y tardes te vienes a donde esté yo y me lo cuentas todo… qué pasa en el parque, si hay mucha gente, si esta tranquilo, quién es el líder de la muchedumbre, todo» me dijo. Y así empecé con mi trabajo.»

«Es decir, que ibas a denunciar a los manifestantes…»

La sonrisa maliciosa volvió a su rostro.

«Y qué podía hacer, el estado me pidió un servicio…».

Se paró de repente y dudó.

«Y también a Kamil ‘el Globo’ y a  Sami ‘el Sanguijuela’. Esos capullos incluso hicieron fotos de los manifestantes con el móvil que les dio el comisario Erol. Por lo menos, yo no hice eso. Y además, los jóvenes del parque ayudaron mucho al Sanguijuela. Incluso le llevaron al médico al muy sinvergüenza. Meaba sangre el hijoputa. Tenía una piedra o no sé qué en el riñón. No te miento, gracias a la gente del parque mejoró mucho. A mí también me ayudaron. Todas las tardes preparaban comida caliente y la repartían y no cobraban nada de nadie, todo era gratis, pero todo el mundo trabajaba, no había remoloneo.  En realidad, eran chavales muy valientes. A un chaval que estaba a mi lado la policía lo dejó tuerto con una lata de gas, fue a propósito. Era un chaval muy guapo… y se quedó sin ojo izquierdo.»

«¿Y por qué no ayudaste al chico?»

Me levantó la voz, como le hubieran herido.

«Le ayudé, quién dice que no lo hiciera. Cargué al chaval a mis espaldas y lo llevé hasta el hospital. Ayudé a los manifestantes y a la policía. No teníamos otra opción, los manifestantes pueden estar ahí una semana o un mes, pero luego nososotros nos quedamos solos con la policía. Si no hubieramos hecho de chivatos, el comisario Erol me hubiera jodido pero bien, me hubiera hecho la vida imposible. ¿Lo comprendes?»

No puedo discernir qué era verdad y qué mentira de todas las cosas que me contaba. Tampoco estoy seguro de que un comisario pida ayuda de un hombre así, pero la verdad es que lo narraba todo muy bien. Si se lo estaba inventando, sus palabras eran aún más valiosas, porque significaba que tenía un talento tremendo para la ficción.

«¿Y entonces qué pasó?», le dije burlón «¿La información que pasastéis le sirvió de algo a la policía?»

«¿Tú qué crees? Pues claro que les sirvió. Sabían lo que pasaba en el parque hora por hora. ¿Tú de verdad crees que Erol nos pondría otro billete de 100 en la palma de la mano si fuera de otro modo?».

Señalé los árboles con la cabeza.

«Pero el parque sigue en su sitio, los manifestantes han ganado y el gobierno no ha podido talar los árboles».

Un destello de alegría iluminó su rostro.

«Sí, así es. Y si me preguntas, es como tiene que ser. Si hubieran construído un centro comercial no nos dejarían ni acercarnos a la puerta del edificio. A cincuenta metros empezarían a echarnos los guardias de seguridad… pero…»

De nuevo volvió a sus ojos ese terror.

«Pero ahora los árboles no nos dejan en paz. Cuando me acurruco bajo esos arbustos y justo voy a cerrar los ojos empiezan a susurrar. Y de qué manera, con el tiempo las voces aumentan. Acojona un montón, me voy a volver loco, lo juro».

Los sueños y los delirios eran resultado de la influencia del alcohol…

«Ve a otro parque» le dije para tranquilizarlo. «Como si no hubiera otro sitio por aquí, por ejemplo baja a la orilla del mar…»

Meneó la cabeza con tristeza.

«Este parque es mío. Es que no puedo dormir en otros parques. Hace cinco años que duermo aquí. Más adelante hay una magnolia que es como el regazo de mi madre. Hace años que duermo con estos fragantes olores, en paz, como un bebé. Cómo me voy a ir y abandonar mi casa…»

La situación de este hombre me conmovió pero no había nada que pudiera hacer. Como el comisario Erol, le puse un billete de cien en la mano.

«Aunque sea vete a dormir a un hotel esta noche…»

A pesar de que le había gustado recibir el dinero, me miró con desesperanza.

«Y bien, ¿mañana qué haré?»

En realidad le tenía que haber dicho que lo que tenía que hacer era ir a un psiquiatra, pero como sabía que no iba a servir de nada simplemente le dije que «no perdiera la esperanza, quizá mañana los árboles ya no hablarán». Cogió el dinero que le dí y se alejó.

Yo continué con el paseo que había dejado a medias, pero para qué mentir, mi mente seguía dándole vueltas a lo que el hombre me había contado. Por supuesto que no creía que los árboles hablasen. Pero no pude evitar que mi mirada se dirigiera al parque que tenía en frente, apenas a unos cuantos metros. ¿Cuándo es que vine por última vez? Debía de ser hacía un par de meses, justo después de los días de protesta, un mediodía le hice una visita a esta zona verde. Fueron días terribles, la policía atacaba sin piedad. Todo se había llenado de gas pimienta, en todas partes había pánzer y chorros de agua a presión. Con porras y palos golpeaban a los chicos y chicas. Pero los manifestantes no se amilanaban, y la gente de Estambul se convirtió en un río que fluía hacia este pequeño espacio verde. Todos los días aumentaba la cantidad de gente que participaba en las manifestaciones. Mil, diez mil, cien mil, un millón… y las protestas duraron 40 días completos. Al final el gobierno se rindió, y no sólo se quedaron los árboles que había sino que se plantaron nuevos. Pero después de esos días no había vuelto a ver el parque. Me entraron unas ganas tremendas de entrar. De hecho, mis pies me llevaron por su propia voluntad a la arboleda. Al entrar en el parque me embargó una frescura húmeda, el olor de tierra quemada, de hierba descompuesta…

Caminando bajo los enormes árboles que impedían que pasase la luz de la luna, esta arboleda me pareció una suerte de templo. El último reducto sagrado de la naturaleza que hemos destruido. En algún lugar cantó un pájaro, creo que era un búho, quizá el último de esta ciudad… Me paré a escuchar, pero ya no se oyó nada más. El viento dejó de soplar, y bajando las escaleras llegué a la zona abierta del centro del parque. Durante un rato miré al agua del estanque que parecía plateada bajo la luz de la luna. Mi interior se llenó de paz. Aunque me sentase en uno de los bancos y me quedase observando este agua inmóvil hasta el amanecer estoy seguro de que no me aburriría. Entonces sentí el viento. No era viento, sino poco más que una leve brisa. Me pasó suavemente por el rostro y el pelo. Fue como si todo el cansanció acumulado de todo el día desapareciera de repente de mi cuerpo y mi mente. Me sentí como si fuera una parte de la luna del cielo, de los árboles que dan sombra, de este estanque de plata, de esa brisa. Entonces fue cuando escuche la voz. Era como un murmullo, y venía de los árboles. ¿Era acaso esta la voz que había escuchado el hombre? Se me pusieron los pelos de punta, pero no tenía ningún sentido meterme miedo a mi mismo. Enseguida, mi mente encontró una explicación plausible: era el sonido del viento. Por supuesto que sí, era eso, el sonido del viento. Y era como un murmullo, no se entendía lo que quería decir. Pero en esta noche encantada, esta explicación racional caducó enserguida; al poco tiempo el murmullo se empezó a hacer más claro, y se transformó en la delicada voz de una muchacha. Empezó a decir unos nombres, uno tras otro:

«Alí, Abdulá, Mehmet, Ethem, Mustafá.»

Como una oración, un salmo, un trabalenguas.

«Alí, Abdulá, Mehmet, Ethem, Mustafá.»

Me quedé petrificado. ¿Qué estaba pasando? Lo primero que se me ocurrió es que aquel hombre estaba en lo cierto, no había tenido ninguna alucinación. Los árboles hablaban de verdad. Y no se callaban. Con cariño, respeto, como si temiera que se rompieran, repetían con compasión los mismos cinco nombres.

«Alí, Abdulá, Mehmet, Ethem, Mustafá.»

Y bien, ¿quiénes eran los dueños de estos nombres? Al mirar a mi alrededor los vi, estaban frente al estanque, eran cinco personas, y los cinco me miraban fijamente. Sí, me refiero a las tumbas que había justo en frente. Cinco personas que me miraban desde el marco de cinco fotos. Pero no sólo estaban las fotos sobre el verde césped; había también cinco lápidas. Estas tumbas simbólicas iluminadas con el brillo lacio de la luz de la luna causaban más impresión que las de verdad. Me acerqué y leí lo que había escrito sobre ellas. Alí Ismail Korkmaz, Abdulá Cömert, Mehmet Ayvalıtaş, Ethem Sarırülük, Mustafá Sarı. Los nombres de cinco jóvenes que perdieron su vida para evitar que estos árboles fueran talados. Sin saber qué hacer, me quieto donde estaba. Pero los árboles que se mecían levemente con el viento, no dejaban de repetir con empeño, como si fuera una oración, los mismos nombres.

«Alí, Abdulá, Mehmet, Ethem, Mustafá.»

* N. de T.: Diminutivo del nombre Mehmet
** N. de T.: 100 liras turcas son algo menos de 50€ al cambio actual.