turco


azrael

Ilustración tomada de «Pollo con Ciruelas» de Marjane Satrapí.

— ¿Conoces a Azrael? Ya sabes, ¡el ángel que se lleva la vida de las personas!
— ¡Sí!
— Pues ese Azrael un día pidió a Dios que le diera vacaciones. Le dijo: «Estoy cansado, ¡que por un tiempo trabaje otro en mi lugar! ¡Voy a descansar!». Dios le concedió una excedencia de diez años y Azrael recorrió el mundo, gustándole Estambul más que cualquier otro lugar… Y quiso establecerse allí. Llegó al barrio de Fatih bajo la apariencia de hombre de mediana edad y abrió una tienda utilizando el nombre de Hacı Mehmet Ağa. No habían pasado ni dos meses cuando ya se había ganado la simpatía de los vecinos, que le dijeron: «Nos caes muy bien, vamos a casarte». Sin darle oportunidad para decir «¡Parad! ¡No lo hagáis!», ya lo habían casado. No había pasado ni un año cuando tuvo un hijo. Su esposa era conflictiva, una criatura con la que no se podía convivir, y Azrael acabó hasta las narices. Iba a abandonarla e irse, pero le daba pena su hijo. Finalmente, su hijo cumplió diez años y se acabó la excedencia de Azrael. Al irse, llevó a su hijo a un rincón y le dijo «Me voy, no aguanto la maldad de tu madre. ¡Pero te voy a hacer un favor! ¡Anuncia que eres médico! Ve a donde sea que haya un enfermo, y me verás allí. Si estoy a los pies de la cama, el enfermo se curará, dale dos gotas de agua como si fuera medicina. Si estoy en la cabecera de la cama, entonces es seguro que el enfermo morirá. Pronuncia tu diagnóstico de acuerdo con esto. ¡Nadie podrá verme excepto tú!». Y se marchó. El muchacho, siguiendo el consejo de su padre, anunció que era médico…

Murat, cada vez que salía la palabra «médico», sonreía mirando a Yordanidis:

Al final, el joven que no entendía bien el turco preguntó en francés:
— ¿Qué es lo que pasa?
No te preocupes, nos estoy protegiendo.
Charlot:
— ¿Y después? dijo.

– Después el joven se convirtió en un médico famoso. Al empezar a curar a los enfermos para los que no había esperanza y anunciar la muerte de algunos que parecían no tener gran cosa, se hizo famoso en el mundo entero. Un día enfermó la hija del sultán. El sultán hizo llamar al médico y le dijo: «Dicen que puedes curar a los enfermos más graves con dos gotas de agua. Si no puedes curar a mi hija, te juro por Dios que te cortaré la cabeza». El muchacho entró en la habitación de la muchacha, miró, y vio a su padre en la cabecera. Empezó a suplicar… Sin embargo, Azrael, que tenía órdenes de Dios, decía «¡No hay remedio!» a la vez que negaba con la cabeza. El médico salió un momento. Volvió a entrar y, cuando no había pasado ni tan sólo un minuto, se formó un escándalo fuera. Al preguntar Azrael «¿Qué está pasando?», el médico asomó la cabeza por la puerta. Después, se giró hacia Azrael y le dijo: «No pasa nada, papá. ¡Mi madre se ha enterado de que estabas aquí y quiere entrar!». Nada más escuchar esto, Azrael se escapó saltando por la ventana. Dicen que la hija del sultán todavía vive.

Kemal Tahir – Las gentes de la ciudad Libre
İthaki Yayınları, p. 254-255

KEMAL TAHİR

Kemal Tahir Demir (13 de marzo de 1910 – 21 de abril de 1973) es uno de los novelistas más prolíficos de la literatura turca. Intentó para adaptar el marxismo a la sociedad turca intentó comprenderla bien, transmitiendo lo que había aprendido a los lectores a través de sus novelas. Nació en Estambul, siendo su verdadero nombre İsmail Kemalettin Demir. Su padre era uno de los mejores amigos del sultán Abdülhamit, el Capitán Tahir Bey; su madre era Nuriye Hanım (llamada Hubser en el palacio), una de las criadas de Naile Sultán, hija de Abdülhamit. Debido a los destinos de su padre, empezó su educación en diversos lugares del Imperio Otomano, continuándola en el Liceo Galatasaray cuando su familia se establece definitivamente en Estambul. Dejó los estudios y fue pasante en un despacho de abogados de Estambul, y más tarde fue depositario en una mina de carbón de Zonguldak. Su prosa destaca por el uso del turco propio de Anatolia central.

© Traducción: Renata Vázquez Santamaría, 2017

© Traducción: Renata Vázquez Santamaría, 2017

© Edición y revisión: Miguel León, 2017

«Rabnuma» es un relato de Ihsan Oktay Anar publicado originalmente en la revista de filosofía “Mor köpük” en el año 1989. Dicha revista ya no se sigue publicando.

RABNUMA

El 1 de julio de 1959 se anunció en la revista Penam, publicada en Irán, el hallazgo de un templo excavado en la roca en las cercanías de Zahedán. El templo consistía en una amplia estancia a la que se podía acceder desde una pequeña galería. Los que, haciendo acopio de valor, entraron en él encontraron dos cadáveres que más tarde se sabría que pertenecían a N. Brodnikov, arqueólogo de la Universidad de Kazán, y a su ayudante. Los cadáveres yacían a ambos lados de un antiguo tablero de ajedrez. El forense dictaminó que el arqueólogo y su ayudante habían fallecido hacía seis años. Se informó al embajador soviético de que las muertes de estas dos personas, al no haberse encontrado pistas que apuntasen a un crimen, se podían deber, aparte de a una posible enfermedad, al hambre y la sed. Sin embargo, el embajador expresó sus dudas sobre la veracidad del informe forense, arguyendo que junto a Brodnikov y su ayudante habían sido encontradas medicinas y provisiones sin consumir. No obstante, durante la investigación que llevó a cabo en el lugar de los hechos, una delegación de expertos encontró indicios que confirmaban la veracidad del informe forense. Brodnikov y su ayudante murieron mientras jugaban al ajedrez. Más tarde, todos pensaron que habían esperado la muerte sentados ante la mesa de ajedrez.

Una revista de ajedrez publicada en Argentina le dedicó una columna en su sección de “Extraño pero real” al hallazgo, seis años después de su muerte, de Brodnikov y su ayudante ante la mesa de ajedrez ubicada dentro de un templo escondido. A través de esta publicación nos enteramos de que el juego al que jugaban el arqueólogo y su ayudante era algo diferente del ajedrez que todos conocemos: estaba formado por un tablero de 9×9 y contaba con treinta y seis fichas. El escritor que narra el suceso en dicha publicación añade que, quién sabe, puede que las fichas hicieran movimientos distintos de los conocidos. Además, acusa a las autoridades iraníes de no haber hecho público el cuaderno de notas en el que, muy probablemente, Brodnikov habría escrito las reglas de este extraño ajedrez.

Unos cuantos documentos que han llegado a nuestras manos nos han permitido resolver este enigmático asunto. En primer lugar, sabemos que el verdadero nombre de este juego parecido al ajedrez con el que dio Brodnikov en el templo que descubrió es “Rabnuma”. Es un nombre que está formado por las palabras “rab” y “numa”. Ignoramos cómo se jugaba al Rabnuma debido a que sólo ha llegado a nuestros días la “Muqaddima” (“Prólogo”) del libro que escribió Cosroes, un yezidí converso que vivió en el siglo VI de la Hégira, titulado también “Rabnuma”, en el que se explicaban las reglas del juego. De la vida de Cosroes, su inventor, apenas tenemos algunos datos que encontramos en una obra titulada “Tezakiru’l muŷrimin” (“Biografías de los Criminales”). Cosroes, que había sido antes yazidí, se proclamó profeta; pero la recepción tan hostil que recibió, llegando a producirse un intento de asesinato contra su persona, hizo que abandonase su religión y el lugar donde vivía, es decir, Irak. Cosroes se estableció en la ciudad iraní de Zamehan y creó allí un culto secreto, pues ya conocía a través de su propia dolorosa experiencia los peligros que podían aparecer si transmitía los misterios al pueblo. En la obra citada se cuenta que el templo –que más tarde encontraría Brodnikov– de este culto fue mandado construir por Cosroes.

Vemos que Cosroes, en su obra Rabnuma, que lleva el mismo nombre que el juego que inventó, busca encontrar una clave para recibir la inspiración divina. Así, Cosroes concibió este juego, que se parece mucho al ajedrez y al que se juega con treinta y seis piezas sobre un tablero de ochenta y una casillas. La única apertura inteligente de este juego es una combinación de noventa y nueve movimientos, ideada también por su inventor. Si se realiza esta apertura, para que se retire la primera pieza han de llevarse a cabo noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve movimientos. Sólo conocemos el primer movimiento de esta apertura: ¡e2e4! Otra información que hemos descubierto es que el peón e2 es, junto con los reyes blanco y negro, una de las últimas tres piezas que quedarán al final de la partida. Según esta obra, el peón e2 (Cosroes en vez de “e” utilizó la quinta letra del alifato persa, la “T”) se convertirá en reina al final del juego y provocaría el mate contras las piezas negras. Sin embargo, esta obra afirma que el juego llamado Rabnuma sólo podrá ser jugado una vez en la historia del mundo. Si uno de los jugadores no buscar perder de forma intencionada (lo cual, según el Rabnuma, es algo imposible), el juego continúa hasta el infinito. Los noventa y nueve movimientos de la apertura de este juego nos evocan inevitablemente el número de nombres de Dios, que son asimismo noventa y nueve. Un segundo punto interesante es esta afirmación de Cosroes, paralela a la idea sufí de que el universo es una manifestación de Dios: Dios se revelará a sí mismo en esta partida que durará eternamente… De acuerdo con esto, un movimiento por cada contramovimiento, argumento y contraargumento, acercan cada vez más el mate o síntesis. La conversión del peón e2 en reina evoca la cuestión de la “liberación”, el tema de las religiones monoteístas de la “liberación del alma”. La obra afirma que, en el momento del mate o síntesis, es decir, el momento en el que se derrota a las fichas negras o el diablo, Dios se revelará a sí mismo. Así, entendemos por qué el nombre del juego es Rabnuma. En árabe, el significado de la palabra “rab” significa “Dios”; por otro lado, “-numa” es un sufijo persa que significa “el/la que muestra (algo)”.

Otro documento que se encuentra en nuestro poder es un panegírico a Cosroes titulado “Khrosrowname” (“El libro de Cosroes”), escrito por uno de sus discípulos. Nos saltamos las páginas en las que elogia efusivamente a Cosroes, pero el último capítulo de este libro contiene algunos datos que son importantes para el asunto que tratamos. Es un capítulo dedicado a los discípulos que “juegan al Rabnuma”. Por lo que entendemos, los discípulos que comienzan una partida de este juego, o los que toman el lugar de los que abandonan la partida por una razón que veremos más abajo, se dice que pueden predecir todas las combinaciones que se pueden llevar a cabo partiendo desde la posición en que se encuentran, desde los dos movimientos que han jugado hasta seis movimientos posteriores, desde el cuarto movimiento jugado hasta veinticuatro movimientos más tarde, etc…. Al pasar el tiempo, se abstraen de todo lo relativo a sí mismos y al mundo que los rodea y llenan sus mentes con un infinito de combinaciones, olvidando incluso comer y beber. En el “Khrosrowname” se narra una historia en relación con esto mismo. “Unos de los discípulos, aún en el inicio de la partida, dejando de lado el Rabnuma, dijo que se quería dar a los placeres y diversiones de la vida y abandonó la secta. Sin embargo, dos días después de dejar la partida empezó a idear una combinación relativa a la “la torre en apoyo de la reina”. Cada vez se alargaba más la combinación; llegó a un punto tal, que lo encontraron en un estado en el que no comía ni bebía. Tres días más tarde falleció”. En el “Khrosrowname” se afirma que, salvo en una sola circunstancia, es imposible abandonar la partida una vez empezada: esta excepción es que el jugador se enamore de una bella mujer. Entonces es cuando el jugador deja de contemplar la serie de combinaciones para admirar a la hermosa mujer de la que está enamorado. Del “Khrosrowname” entendemos que estos casos eran tolerados dentro de la secta: pues este grupo, de forma paralela a la tradición mística, daba tanta importancia al “ ‘aql” (mente) como al “ ‘ashq” (amor). De hecho, en esta obra el Rabnuma se define como “la lógica del amor”.

Gracias a esta misma obra también averiguamos que se empezó a jugar al Rabnuma el segundo viernes del mes de Rayab del año 509 de la Hégira. Desde entonces hasta el año 539 de la Hégira, en que fue compuesto el Khrosrowname, se habían llevado a cabo seis mil movimientos que habían sido registrados ordenadamente en seis cuadernos separados. No sé si es necesario explicar que para los miembros de la secta estos registros tenían el valor de un producto de la inspiracion divina. Se entiende que el Rabnuma fue abandonado en alguna fecha desconocida posterior al año 539 de la Hégira. Es muy probable que Brodnikov y su ayudante intentasen continuar la partida que había sido dejada a medias. Esto explica los trágicos finales del arqueólogo y su ayudante.

FIN

© Traducción: Renata Vázquez Santamaría, 2017

Sobre el Escritor:

İHSAN ANAR OKTAY

İhsan Anar Oktay es un novelista turco contemporáneo nacido en la ciudad de Yozgat en 1960. Hasta el año 2011 profesor de filosofía griega en el departamento de filosofía en la Universidad del Egeo, donde había estudiado máster y doctorado después de licenciarse en filosofía por la Universidad de Hacettepe. Además de a la enseñanza y la escritura, se dedica también a la pintura y a la traducción literaria.

 En el año 2009 recibió el prestigioso premio de Literatura Erdal Öz. Su libro más famoso, “El Atlas de los Continentes Brumosos” (Puslu Kıtalar Atlası), ha sido traducido a más de veinte idiomas, apoyado también por el Ministerio de Cultura de la República de Turquía. Asimismo, su novela titulada “Los cuentos de Efrâsiyâb” fue escenificada en Inglaterra.

El relato “Rabnuma” fue su segunda historia publicada en la revista Mor Köpük, donde ya había publicado una primera titulada “Apología para los infieles” (Kafirler için Apologia). Su primer libro y el que le abrió las puertas de la fama, “El Atlas de los Continentes Brumosos” (Puslu Kıtalar Atlası), fue publicado por primera vez en 1995 por la famosa editorial turca İletişim Yayınları.

Los libros de este autor están llenos de motivos fantásticos que se basan en realidades históricas, en particular en leyendas relativas al Imperio Otomano, utilizando una técnica narrativa que recuerda a la de los cuentos de hadas. Aparecen elementos sobrenaturales y se hacen muchas referencias a la literatura, mitos y cultura populares, utilizando mucho vocabulario de la época otomana y de hablas coloquiales regionales. Sus personajes siempre dotan de una dimensión filosófica al entramado fantástico de sus libros. Como curiosidad, el autor incluye entodos sus libros un personaje llamado “Uzun Hasan” (Hasan el alto) que lo representa a él mismo.

Libros Publicados:

Puslu Kıtalar Atlası, 238 s, 1995, İletişim Yayınları, ISBN 9789754704723

Kitab-ül Hiyel, 144s, 1996, İletişim Yayınları, ISBN 9789754705423

Efrâsiyâb’ın Hikâyeleri, 245s, 1997, İletişim Yayınları, ISBN 9789754706482

Amat, 235s, 2005, İletişim Yayınları, ISBN 9789750503726

Suskunlar, 269s, 2007, İletişim Yayınları, ISBN 9789750505386

Yedinci Gün, 240s, 2012, İletişim Yayınları, ISBN 9789750510861

Galîz Kahraman, 181s, 2014, İletişim Yayınları, ISBN 9789750514180

Sabahattín Alí es un periodista, poeta y escritor turco muy influyente cuya obra más leída es la novela Kürk Mantolu Madonna. En su época fue un escritor muy controvertido y pasó por la cárcel por críticar a Atatürk en una poesía. Ejerció de profesor, enseñando turco y alemán. También publicó varias revistas de humor aunque fueron cerradas en el periodo de un único partido. Murió en la frontera con Bulgaria a los 41 años de edad, se piensa que asesinado. Como curiosidad, todas sus obras se leen en las escuelas de Bulgaria y es allí un autor muy conocido y querido. Hoy es su cumpleaños y se han estado compartiendo en internet muchas citas suyas.

En particular me ha gustado esta (a pesar de la errata) y querría compartirla con vosotros.

sabahattin

El defecto no es tuyo, es mío.

Parece ser que no tengo capacidad de creer.

Pensaba que no estaba enamorado de ti

porque no podía creer de ningún modo que me quisieras tanto.

De esto me doy cuenta ahora.

Parece ser que la gente

me ha quitado la capacidad de creer.

Pero ahora creo.

Me has hecho creer.

Te quiero.

No como un loco,

sino como un hombre cuerdo te amo.

Lista de los que desprestigian al Islam:
– Los que cortan cabezas diciendo «Dios es el más grande»
– A los que les parece que vender a mujeres no musulmanas en el mercado de esclavos es una práctica islámica.
– Los que publican fatwas diciendo que «los civiles también pueden ser asesinados»
– Los que con una celeremonia vuelan por los aires las mezquitas de musulmanes de otras sectas.
– Los que dicen que «en el Islam no hay türbes» (pequeños mausoleos) y los destruyen.
– Los que prenden fuego a hoteles en nombre del Islam.
– Los que se inmolan vivos estallando en bazares y mercados diciendo «Dios es el más grande».
– Los que entran en las escuelas y dicen que «las niñas no pueden estudiar» y las secuestran
– Los que inventan mil y una justificaciones a las barbaridades que se muestran.
– Los que asesinan caricaturistas porque dicen que se mofan del Profeta.
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Edit: El Prof. Carpintero ha compartido con nosotros un artículo suyo en inglés en el que se resume toda la historia de la traducción de obras del turco al castellano entre los años 1954 y 2010 (este último incluído) y que cuenta con una detalla lista de todas ellas al final. Para acceder al documento haced click aquí.

ImagenAnte todo, he de pediros disculpas por todo el tiempo que hace que tengo el blog abandonado a causa de unas cosas y otras. Miguel Ángel Otero, autor de un recomendadísimo blog sobre Estambul, me ha preguntado con qué novelas contaríamos en castellano de autores turcos y he decido responderle escribiendo una entrada en el blog para que sea de «dominio público» que se dice 😀 y teniendo en cuenta que tampoco ando muy puesta así sirve de excusa para que la gente comente y nos dé a conocer más títulos disponibles si es que los hay.

Aparte de la obra del archiconocido Orhan Pamuk es muy poco lo que, en mi opinión, se ha traducido de literatura turca a la lengua de Cervantes. Mi libros favoritos de Orhan Pamuk son, sin duda, Nieve, Cevdet Bey e hijos y La vida nueva, aunque otros como El Libro Negro o Me llamo Rojo sean de obligatoria lectura. Recientemente se ha traducido del autor sefardí Mario Levy Estambul era un cuento, que aún no he tenido la oportunidad de leer ni en turco ni en castellano, pero que se encuentra dentro de mi lista de próximas lecturas. Asimismo, contamos con Las gentes de Estambul de Buket Uzuner, una novela que yo no recomendaría particularmente por parecerme que ofrece imágenes muy estereotipadas de los habitantes de Estambul, pero que puede gustar y resultar una lectura ligera y entretenida. Elif Şafak es también una autora turca que a veces escribe en inglés y otras en turco y de la que podemos leer en castellano su novela titulada La bastarda de Estambul que leí el verano pasado y que aparte de parecerme muy predecible me pareció también que contenía visiones muy estereotipadas, no obstante, puede llamar la atención de aquellos que deseen leer sobre la Cuestión Armenia desde una perspectiva que trata de acercar a ambos pueblos y poner énfasis en un pasado y cultura comunes.

Otros clásicos que están traducido al castellano son las novelas de Ince Mehmet de Yaşar Kemal que nos transportan al este de Turquía. No he tenido aún la oportunidad de leerlos, pero tengo muchas ganas, no ya sólo porque son famosos sino porque me gustó mucho su libro Üç Anadolu Efsanesi. Es un autor al que tendría que haberle hincado el diente estando en Turquía pero al final no se terció. Otro autor cuya obra tuve que abandonar en una caja a buen recauda en Turquía y me arrepiento casi cada día es Ahmet Hamdi Tanpınar, del que contamos con El Instituto para la sincronización de relojes en castellano. Este libro es considerado un verdadero clásico en Turquía.

Otro escritor que disfruté mucho leyendo cuando estaba en Ankara es Ahmet Ümit, de quien ya traduje un texto anteriormente para este blog, pues es un autor de novelas policiacas y de misterio relativamente fácil de leer, con muy buena pluma y con tramas que suelen tener finales sorprendentes. En español tenemos la suerte de contar con una de sus novelas traducidas, «Patasana», cuyo título fue cambiado a «La Tumba Negra» y que cuenta la historia de un grupo de arqueólogos en el sudeste de Turquía intercalada con la historia de un escriba hitita. Tuve que dejar el libro en Turquía y a medias 😦 , pero los libros de Ümit siempre son muy muy entretenidos y este también lo es. El autor es además conocido por sus novelas e historias cortas protagonizadas por el Comisario Nevzat, que siempre nos lleva por los bajos fondos de Estambul.

Que yo sepa, y aparte de Dos chicas de Estambul de Perihan Mağden, que tampoco he tenido la oportunidad de leer (aún) no hay más novelas traducidas al castellano de las que yo tenga conocimiento, pero todos estos libros ya son lectura para un buen rato. Es una pena que todavía la literatura turca sea tan desconocida en España, sin embargo, creo que poco a poco se está abriendo camino en nuestras editoriales y que vamos a tener en un espacio relativamente corto de tiempo muchas cositas turcas de las buenas para leer en castellano.

Si alguien conoce alguna novelas más que por favor lo comente en los comentarios y así completo la entrada 🙂 .

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Pues eso, la İslam Ansiklopedisi del Diyanet Vakfı ya está disponible para hacer búsquedas on-line de todas sus entradas, por supuesto en turco.

La Enciclopedia del Islam turca empezó a prepararse en el año 1983 y el primer tomó vio la luz en el año 1988, terminándose en el año 2013 con la publicación de su 44º tomo. Estos volúmenes reúnen información sobre la historia, geografía, cultura, civilización, personajes, conceptos y ciencias islámicas, contando con un total de 15.226 entradas originales de alrededor de 2.000 autores.

En enlace para acceder es el siguiente: http://www.islamansiklopedisi.info/index.php

ImagenPara la nueva edición turca de su novela titulada El Libro Negro, Orhan Pamuk ha escrito un nuevo epílogo que ha sido publicado, de forma resumida, a fecha de 11 de octubre de 2013 en la sección de literatura de la edición online del periódico turco Radikal que podéis encontrar aquí.

¿Cómo escribí El Libro Negro?

Publiqué El Libro Negro en 1990, cuando contaba con 38 años de edad. Este libro es el producto de un período de dejar volar la imaginación y de trabajo intenso en el que no me dedicaba a otra cosa que no fuera la literatura. Cuando estaba terminando el libro me sentía, desde muchos puntos de vista, como mi protagonista, Galip. Estaba cansado, pero estaba seguro de que mi novela era distinta, extraña y peculiar.

Después de un trabajo de tres años, en noviembre de 1988, cuando me faltaba poco para terminar el libro, escribía sin parar encerrado en un apartamento vacío en lo alto de un edificio de diecisiete pisos en Erenköy. Mi mujer estaba en Estados Unidos; nadie sabía mi número ni me llamaba. Estaba muy solo, y la mayor parte del tiempo no me quejaba de ello. De hecho, mis pocos amigos, los editores que querrían que escribiese artículos de revista o periódico o cosas parecidas, estaban lejos de poder apartarme de mi libro y de las aventuras de Galip. Aparte de mis amigos-parientes lejanos (Ömer y Sibel) que vivían en el mismo gran apartamento y que a veces amablemente me preparaban la cena no veía a nadie, y, como todas esas veces en las que me encerraba en un libro y felizmente olvidaba el mundo, estaba muy contento de no ver a nadie.

Pero, por alguna razón, no podía terminar el libro en aquel rincón en el que me había encerrado. Escribí El Libro Negro durante un espacio de tiempo de cerca de cinco años, y como siempre me esforcé mucho por escribir bien.

El que mientras escribía la novela en el edificio vacío y solitario de Erenköy no llegase el final del libro, junto con el placer de escribir y de la soledad hizo que, con un sentimiento raro de infelicidad y miedo, me empezase a asemejar poco a poco a mi personaje Galip. Como Galip, que al buscar a su mujer sin poder encontrarla en Estambul se encuentra de paso con cosas inesperadas, debido al sentimiento de pérdida e infelicidad que habitaba en su interior no podía disfrutar de todas esas maravillas, ni de los túneles subterráneos, ni de Türkan Şoray* y sus parecidas, ni de las columnas de revista que leía, yo también sentía que escribiendo y ampliando las delicias del libro que me hacían feliz me llegaban a lo más profundo. Por por algún motivo no podría darle fin a mi novela con un sentimiento de triunfo.

Después de un tiempo me encontré, como Galip, completamente sólo en el lugar que escribía. Dejé de arreglarme y afeitarme todos los días. Recuerdo que una tarde caminaba como una aparición por los callejones de Erenköy calzando unas deportivas viejas y agujereadas, con una boina en la cabeza, y con un chubasquero con los botones arrancados puesto, llevando en la mano una bolsa de plástico en malas condiciones. Miraba a las ventanas de los primeros pisos de las casas, a las vitrinas de los establecimientos y restaurantes imaginando otras vidas. Entraba en un restaurante o bufé cualquiera, y mirando huraño al interior, llenaba el estómago. Me acuerdo que un día mi padre, que me visitaba una vez cada dos semanas y me llevaba a comer, preocupado por que me ocupara de mi novela como si fuera una guerra, por la suciedad y la dejadez del apartamento en el que vivía, por mi aspecto de perdedor y porque no estaba pudiendo de ningún modo terminar mi libro, me dio un consejo y me dijo «Cuida de ti mismo, sal un poco de este mundo».

***

La primera idea de El Libro Negro, es decir la idea de escribir un libro que abarque la poesía de las calles de mi infancia y la anarquía e historia que había tenido lugar en Estambul, existía en mi cabeza desde el final de los años 70. En un cuaderno que comencé a escribir en el año 1979, hablé de un intelectual que se escapaba de casa a los 35 años, del largo fin de semana que había pasado, y al mismo tiempo de un partido de fútbol de la selección nacional que se jugaba en Estambul y que acababa en tragedia nacional, de los cortes de electricidad y de las calles de Estambul, con un aire a las pinturas de Bruegel (nieve) y de Bosch (los demonios), del Mesneví**, el Shahname*** y los cuentos de las Mil y Una Noches.

Cuando estas primeras ideas se desarrollaban en mi mente aún no había publicado mi primer libro, Cevdet Bey e hijos****; pero como protagonista tenía en mente un pintor, y concebía un libro titulado «La miniatura destrozada». Juntaba varias cosas al mismo tiempo, el caos y el ruido interminables de Estambul, sus intelectuales, las fiestas a las que asistían estos intelectuales, sus reuniones familiares, los entierros, los comentaristas de un partido de fútbol, un concurso de belleza; y como siempre, era más feliz con estas ideas y fantasías de la novela que tomaría el nombre de El Libro Negro que con las novelas que me encontraba escribiendo por aquel entonces (una novela política a medio hacer, La casa del silencio, El castillo blanco).

Por esa época viví un día que influenció la idea y estructura de libro. En el año 1982, en un ambiente de fuerte represión política y poco antes de que se presentase a referéndum la nueva y opresiva constitución elaborada dos años después del golpe militar de Kenan Evren en 1980, me llamó mi primo y me dijo que un canal de televisión noruego buscaba intelectuales dispuestos a criticar la constitución propuesta delante de las cámaras, y me dijo que no conocía a nadie con valor para hacerlo. ¿Le podía echar una mano?

***

Después de un gran esfuerzo, no esperaba que la novela que había terminado, y que había venido de la mano de una crisis existencial, se vendiera mucho o fuera muy popular. Además, su primera editorial, Can Yayınları, tampoco había hecho ninguna presentación especial. Pero si me preguntas, la novela gustó a los lectores por hablar de lo diferente y la novedad, y también de una vida que nos resulta conocida. Sin apoyo de los medios ni campaña de publicidad El Libro Negro se abrió su propio camino y el número de mis lectores en Turquía se multiplicó por tres. La novela suscitó polémica y abrió debates sobre la lengua de la novela, lo raro del tema y la dificultad que presentaba entenderla. Mi amigo el profesor Nüket Esen Kara reunió los escritos más interesantes, provenientes de los círculos literarios internacionales, relacionados con la novela en un volumen titulado Kara Kitap Üzerine Yazılar (Escritos sobre El Libro Negro). En uno de ellos, un crítico inglés de lengua afilada escribió en tono jocoso que un libro tan aburrido sólo podía gustar y ser leído por los franceses y que los noruegos le darían premios famosos. Esta profecía se cumplió doce años más tarde de una forma muy acorde con el alma del libro. El Libro Negro, que ha sido traducido a cerca de cuarenta idiomas, en el país que más ha gustado es Francia, y el presidente del jurado del premio Nobel declaró justo después de anunciar el premio de 2006 que era esta novela la que más les había impresionado.

Ahora entiendo lo feliz que era por poder fumar tanto como quisiera mientras escribía la novela, y por poder deleitar mis oídos con el silencio de Estambul (las jaurías de perros que ladraban a lo lejos, los crujidos de los árboles, los coches de policía, los camiones de la basura, los borrachos) hasta las cuatro de la mañana en aquellas noches en las que me encontraba terminando la novela. Vivía esta felicidad, aquellas medias noches hasta el amanecer, con el miedo y el placer de perderme dentro del secreto de la novela, que me estaba cerrado muchas veces, y en un vertiginoso cansancio intangible.

Como sabía muy bien que no podría comprenderlo ni solucionarlo no quise entrar durante mucho tiempo en el tema del significado, miedo y consistencia de este misterio, en esa zona peligrosa por la que muchos me preguntan con algo entre sospecha y curiosidad. Entretanto, estamos preparando un librito titulado Los Secretos de El Libro Negro.

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* Türkan Şoray: Es una famosa actriz turca consideraba como el icono de la industria de cine local de los años 60 y 70.

**Mesneví: Es una obra de Mevlana Jelaleddin Rumí de seis libros de poesía en los que enseña a los sufíes a alcanzar la unidad con Dios.

***Shahname: Es el poema épico iraní por excelencia. Compuesto por Ferdowsí, narra la historia de Irán desde la creación del mundo hasta la conquista musulmana. Muchos episodios mitológicos narrados en esta obra son conocidos en todo el mundo turco-iranio.

****Cevdet Bey e hijos: Primera novela de Orhan Pamuk publicada en 1982 y que se acaba de traducir al castellano que narra la historia de tres generaciones una familia desde los últimos tiempos del Imperio Otomano hasta los años 70. En turco se titula Cevdet Bey ve oğulları.

ImageAntes de abandonar Ankara, ciudad a la que no volveré en una buena temporada, quise comprarme un libro de Barış Biçakçı. Biçakçı, a pesar de ser nacido en Adana, es un amante de la ciudad de Ankara, cuyas calles y paisajes suelen ser el escenario de sus relatos cortos y novelas. Como no me podía cargar con mucho peso, decidí adquirir una pequeña colección suya de relatos cortos titulada Baharda yine geliriz, que se podría traducir al castellano por En primavera volveremos de nuevo, publicada originalmente en 2006 por la editorial İletişim. Este autor nacido en 1966, utiliza un lenguaje muy simple, coloquial, unas descripciones minimalistas, y sus temas suelen ser escenas cotidianas. Una de sus novelas, Bizim büyük çaresizliğimizen castellano algo así como Nuestra gran desesperación, fue llevada al cine en el año 2011. 

Durante las pesadas horas de vuelo este librito me ha hecho una agradable compañía, e incluso he traducido algo malamente el primero de los relatos, titulado El cielo de una noche de verano, al castellano para compartirlo por aquí con todos vosotros.

Espero que os guste 🙂

El cielo de una noche de verano.

Me encontré con Mahir en la parada. Él también estaba bebido. Al parecer, habíamos perdido el último autobús. Desde debajo del puente, Mahir había visto como el autobús había girado hacia la izquierda en Adliye.

«Y si es así, ¿qué haces aquí esperando?» le pregunté.

Abrió los dos brazos y dijo «¡Pues no sé!», y señaló con la cabeza a dos hombre que estaban sentados en la parada. Los dos tenían en la boca un cigarrillo, miraban al frente, al jardín en tinieblas de la facultad. No parecía que estuvieran esperando a nada. Simplemente estaban sentados.

Un taxi se acercó a la acera, el taxista se estaba fumando un cigarro fuera. Debía de haberse dado cuenta de que de nosotros no le iba a salir ningún trabajo. Quizá lo que no quiere es que vayamos y empecemos a regatear el precio de la carrera, así que por eso no muestra ni el más mínimo interés.

«Caminemos hacia Ulus», propongo, «Y así se nos baja el pedal».

Mahir no sólo estaba bebido, sino que además le pasaba algo. Yo también había bebido, pero no me sentía aliviado. Caminábamos dando tumbos. Llegaba el aroma de los tilos desde los jardines de las escuelas. Mahir tenía la nariz tapada y tenía que esforzarse para percibir olores. Le doy unos golpecits flojos en la espalda.

«¡Déjalo estar!»

Se habían apagado las luces del parque de atracciones. La estación estaba iluminada, y se aparecía bella. Lejos se mezclaban con el azul oscuro del cielos, las colinas y las luces de las farolas que parecían puntitos de luz.

Mahir me preguntó que con quién había bebido. Cuando respondí que había bebido solo se entristeció y puso su mano sobre mi hombro. Él había estado con sus amigos del instituto. Ya sabía que se juntaban varias veces al año.

«¿Has hecho alguna locura?», le pregunto. «¿La has líado?»

Sonríe. «Esta tarde estaba tranquilo» me dice, pero me da la impresión de que lo que en realidad había querido decir es que «Esta tarde estaba muy harto y deprimido». «¡Esta no es la vida que quería! ¡Para esto nos hemos esforzado todos estos años?»

Me dolía mucho la cabeza.

Mahir señala la carpeta de plástico que llevo en las manos. «¿Qué es eso? ¿Trabajo?»

Le cuento que a veces me tengo que llevar trabajo a casa los fines de semana. Levanto la cabeza hacia el cielo. Me empiezo a frotar la nuca.

De repente, Mahir propone que hagamos autostop.

Salimos de la ópera y entramos en la calle de Talat Paşa. Hace años, un tío que conocíamos de vista nos explicó que era más fácil parar un coche agitando la mano abierta que mostrando sólo el pulgar. Mahir alarga el brazo y hacer lo que el tipo les dijo. Me mira de refilón y se sonríe.

Enfrente se para una vieja camioneta en la que iban apretadas tres personas. Mientras Mahir habla con el conductor veo que en la parte de trás, entre los bidones azules, están sentados un hombre y un niño de diez años. Probablemente padre e hijo.

Nos subimos a la caja de la camioneta y saludamos. Cuando nos estábamos sentado, el hombre golpea la caja. Mientras  se pone la camioneta en marcha traqueteando el viento nos rodea y nos abraza por todas partes. Sobre nuestras cabezas desfilan las verdísimas ramas de los árboles, las farolas de las calles y el cielo. Notó una sensación de alivio. Mahir se anima.

«Un viaje…» dijo.

Mahir menea la cabeza «Las piedras que tenemos dentro están en su sitio»

Ya no decimos nada más, admiramos la vista que nos rodea.

Al pasar al lado de los terrenos de la fábrica de azúcar, amplios y lisos, la luna se hace la reina del paisaje.

Mahir toma la carpeta que descansaba sobre mis rodillas y la retuerce. La transforma en un catalejo, mira al cielo. Me río y el también sonríe. Después me pasa el catalejo. Colo uno de mis ojos en la mirilla y apunto a la luna. Se ve la luna y, de repente, desaparece. Al bajar el catalejo mi mirada se cruza con la del niño que tenía la cabeza recostada sobre el hombro de su padre.

«¿Puedo mirar yo también?» me pregunta el niño, que ahora se ha erguido y su cabeza se menea levemente.

«¡Por supuesto!» le dijo mientras se lo alcanzo.

Mahir y yo nos apoyamos el uno en el otro, observando al niño apuntaral firmamento con el catalejo y su mirada extasiadaante lo que veía.

Los árboles de Gezi, por Ahmet Ümit.

Los árboles de Gezi, por Ahmet Ümit.

Este texto de Ahmet Ümit fue publicado originalmente en el suplemento de la gazeta «BirGün» al que he tenido acceso a través de este enlace. De dicho autor está disponible en castellano la novela «La tumba la negra» traducida por Rafael Carpintero que podéis adquirir aquí.

Los árboles del parque Gezi

A las tres de la mañana, la plaza de Taksim se había quedado un poco solitaria, pero todavía quedaban algunos trasnochadores deambulando. Bajo la luz plateada de la luna llena se encontraban los cuerpos sudorosos de mujeres y hombres jóvenes, amantes abrazados estrechamente.

Aún un poco borrachos, algunos tararean todavía melodías alegres. Sin embargo, yo estoy cansado, muy muy cansado. Desde por la mañana no me había levantado de la mesa del ordenador. Siempre me pasa lo mismo, cuando estoy terminando una novela, por mucho que quiera, no puedo abandonar a mis personajes y ellos toman el control y me arrastran a la fuerza hasta el final de la historia. Ahora me está ocurriendo exactamente eso, y a pesar de que me duelen los dedos y de que han empezado a volar mariposas frente a mis ojos no encuentro manera de librarme de las teclas del ordenador. Si esto continúa así, seguiré escribiendo hasta que se me caiga la cabeza sobre el teclado y ahí se quede. Menos mal que llegó esa llamada. Me refiero a la llamada que me hizo mi mujer. «¿Vas a quedarte a dormir en la oficina?», me decía. «Por mí no hay ningún problema, pero a partir de ahora te quedarás siempre a dormir allí». Su amenaza fue bastante efectiva. Al instante aparté los ojos de la pantalla, despegué los dedos de las teclas, apagué el ordenador y me sumergí en la muchedumbre bulliciosa de la calle İstiklal.

Mi intención era coger un taxi e irme enseguida a casa. Pero hacía tan buen tiempo que, muy a pesar de las amenazas de mi mujer, me dejé llevar por la atracción que ejercía la luz de la luna llena brillando en el cielo. Quise disfrutar del sabor templado del otoño. Espaciando mis pasos, observando a las coloridas gentes de mi alrededor, llegué a la plaza. Hasta aquí todo estaba en orden, pero al pasar por las cercanías del parque Gezi pasó lo que pasó; un hombre que salía disparado del parque se cruzó por medio.

«¡Ayuda! ¡Ayuda!»

Su pequeño cuerpo temblaba como una hoja, y con los ojos abiertos como platos, escudriñaba las sombras de los árboles. Debía de tratarse de un ataque o un robo. Yo también dirigí la vista al parque. Aunque no tenía ni idea de cómo me iba a proteger en caso de que saliera el atacante, apreté los puños y esperé a que saliera el malhechor desconocido de entre los árboles. Pero pasaban los segundos y nadie salía. No soy muy corpulento, pero igual al verme en posición de pelea desistió de aparecer. Me volví hacia el hombre, que todavía temblaba de miedo.

«Se debe de haber asustado», dije con voz confiada. «No saldrá del parque…»

Me miró a la cara con ojos extrañados, como si hubiera dicho algo raro.

«¿Quién se ha asustado?»

«Pues quién va a ser, el hombre que te estaba persiguiendo. ¿O eran más de uno? Por cierto, ¿de quién huías?»

«¿De qué hombre me hablas?»

El terror que se leía en su mirada no había disminuido, y clavando la mirada a la oscuridad del parque masculló:

«No estoy huyendo de una persona, sino de los árboles»

Le miré sorprendido.

«¿Y por qué huyes de los árboles?»

Se acercó a mi oreja.

«Porque hablan… hablan continuamente, sin parar jamás».

Me llegó a la nariz un aroma sucio a alcohol, y por primera vez me fijé en sus ropas harapientas. El hombre que tenía enfrente era un sinhogar, y estaba muy muy borracho. Probablemente dormía en el parque. Esta noche se había pasado bebiendo y había tenido una pesadilla. Sin embargo, él, sin ser consciente de mis pensamientos, continuaba delirando:

«Susurran sus nombres, y cuando sopla el viento el parque se llena de sus voces. Como un salmo, como una oración, sin parar dices sus nombres en susurros…»

El pobre hombre debía de estar como una cabra.

«Déjalo», le dije tocándole el hombro de forma amigable. «Que susurren, sea como sea no pueden hacerte daño».

Separó sus manos desesperado.

«No, me conocen. No sólo ese pino enorme, sino también ese castaño gigantesco. Incluso esos estrechos brotes de rosa. Sí, incluso ellos, en cuanto notan que hay una leve brisa, enseguida empiezan a hablar».

Sabía que no decía más que tonterías, pero no pude sino preguntar.

«¿Y de qué te conocen?»

Me contestó sin dudar:

«Del verano pasado, desde junio». Señaló el parque con la mano. «Aquí trabajaba yo».

Era un borracho, pero tenía una imaginación fantástica.

«¿Eras jardinero?»

Puso un gesto de reproche.

«Qué jardinero ni qué niño muerto» contestó «Trabajaba para la policía. Ayudaba a la policía. Es decir, era un oficial del gobierno.»

Poco a poco la historia iba tomando un cariz más divertido.

«¿Qué tipo de servicio prestabas?»

Me echó una mirada sardónica.

«Tío, ¿qué pasa? ¿No vives en este mundo o qué? Apenas hace unos meses esto era como una zona de guerra. El parque no era muy distinto de un infierno».

Por fin caí en la cuenta. Se refería a las protestas de Gezi. A la insurrección que tuvo lugar en contra del gobierno que pretendía arrancar los árboles y construir en su lugar un centro comercial. Es decir, que lo que había pasado le había dejado pasado de rosca. Pero he de confesar que en la mentira que me estaba diciendo había una cierta lógica. Como me daba curiosidad su mundo de fantasía, decidí continuar profundizando en la conversación.

«Y bien, ¿tú que tarea realizabas?»

Se sonrió con malicia y se le vieron los dientes podridos entre sus gruesos labios.

«Le contaba a la policía lo que estaba pasando en el parque. En aquel entonces esto era increíble… todo estaba lleno de gente, de personas de izquierdas, de derechas, de hippies, de gente religiosa, mujeres, quien se te ocurra estaba aquí. Dentro le pegaron una buena paliza a un policía de paisano. Por eso la madera prefería no entrar al parque. El comisario Erol de la policía de Beyoğlu me encontró. Es un buen tipo, de vez en cuando nos da dinero, si nos arrestan nos apoya. Me cogió por banda en la calle İstiklal. «¿Aún duermes en el parque Memo*?» me preguntó. Y yo le dije, «Sí, capitán». Me puso un billete de 100 liras** en la mano. «Bien, pues entonces todas las mañanas, mediodías y tardes te vienes a donde esté yo y me lo cuentas todo… qué pasa en el parque, si hay mucha gente, si esta tranquilo, quién es el líder de la muchedumbre, todo» me dijo. Y así empecé con mi trabajo.»

«Es decir, que ibas a denunciar a los manifestantes…»

La sonrisa maliciosa volvió a su rostro.

«Y qué podía hacer, el estado me pidió un servicio…».

Se paró de repente y dudó.

«Y también a Kamil ‘el Globo’ y a  Sami ‘el Sanguijuela’. Esos capullos incluso hicieron fotos de los manifestantes con el móvil que les dio el comisario Erol. Por lo menos, yo no hice eso. Y además, los jóvenes del parque ayudaron mucho al Sanguijuela. Incluso le llevaron al médico al muy sinvergüenza. Meaba sangre el hijoputa. Tenía una piedra o no sé qué en el riñón. No te miento, gracias a la gente del parque mejoró mucho. A mí también me ayudaron. Todas las tardes preparaban comida caliente y la repartían y no cobraban nada de nadie, todo era gratis, pero todo el mundo trabajaba, no había remoloneo.  En realidad, eran chavales muy valientes. A un chaval que estaba a mi lado la policía lo dejó tuerto con una lata de gas, fue a propósito. Era un chaval muy guapo… y se quedó sin ojo izquierdo.»

«¿Y por qué no ayudaste al chico?»

Me levantó la voz, como le hubieran herido.

«Le ayudé, quién dice que no lo hiciera. Cargué al chaval a mis espaldas y lo llevé hasta el hospital. Ayudé a los manifestantes y a la policía. No teníamos otra opción, los manifestantes pueden estar ahí una semana o un mes, pero luego nososotros nos quedamos solos con la policía. Si no hubieramos hecho de chivatos, el comisario Erol me hubiera jodido pero bien, me hubiera hecho la vida imposible. ¿Lo comprendes?»

No puedo discernir qué era verdad y qué mentira de todas las cosas que me contaba. Tampoco estoy seguro de que un comisario pida ayuda de un hombre así, pero la verdad es que lo narraba todo muy bien. Si se lo estaba inventando, sus palabras eran aún más valiosas, porque significaba que tenía un talento tremendo para la ficción.

«¿Y entonces qué pasó?», le dije burlón «¿La información que pasastéis le sirvió de algo a la policía?»

«¿Tú qué crees? Pues claro que les sirvió. Sabían lo que pasaba en el parque hora por hora. ¿Tú de verdad crees que Erol nos pondría otro billete de 100 en la palma de la mano si fuera de otro modo?».

Señalé los árboles con la cabeza.

«Pero el parque sigue en su sitio, los manifestantes han ganado y el gobierno no ha podido talar los árboles».

Un destello de alegría iluminó su rostro.

«Sí, así es. Y si me preguntas, es como tiene que ser. Si hubieran construído un centro comercial no nos dejarían ni acercarnos a la puerta del edificio. A cincuenta metros empezarían a echarnos los guardias de seguridad… pero…»

De nuevo volvió a sus ojos ese terror.

«Pero ahora los árboles no nos dejan en paz. Cuando me acurruco bajo esos arbustos y justo voy a cerrar los ojos empiezan a susurrar. Y de qué manera, con el tiempo las voces aumentan. Acojona un montón, me voy a volver loco, lo juro».

Los sueños y los delirios eran resultado de la influencia del alcohol…

«Ve a otro parque» le dije para tranquilizarlo. «Como si no hubiera otro sitio por aquí, por ejemplo baja a la orilla del mar…»

Meneó la cabeza con tristeza.

«Este parque es mío. Es que no puedo dormir en otros parques. Hace cinco años que duermo aquí. Más adelante hay una magnolia que es como el regazo de mi madre. Hace años que duermo con estos fragantes olores, en paz, como un bebé. Cómo me voy a ir y abandonar mi casa…»

La situación de este hombre me conmovió pero no había nada que pudiera hacer. Como el comisario Erol, le puse un billete de cien en la mano.

«Aunque sea vete a dormir a un hotel esta noche…»

A pesar de que le había gustado recibir el dinero, me miró con desesperanza.

«Y bien, ¿mañana qué haré?»

En realidad le tenía que haber dicho que lo que tenía que hacer era ir a un psiquiatra, pero como sabía que no iba a servir de nada simplemente le dije que «no perdiera la esperanza, quizá mañana los árboles ya no hablarán». Cogió el dinero que le dí y se alejó.

Yo continué con el paseo que había dejado a medias, pero para qué mentir, mi mente seguía dándole vueltas a lo que el hombre me había contado. Por supuesto que no creía que los árboles hablasen. Pero no pude evitar que mi mirada se dirigiera al parque que tenía en frente, apenas a unos cuantos metros. ¿Cuándo es que vine por última vez? Debía de ser hacía un par de meses, justo después de los días de protesta, un mediodía le hice una visita a esta zona verde. Fueron días terribles, la policía atacaba sin piedad. Todo se había llenado de gas pimienta, en todas partes había pánzer y chorros de agua a presión. Con porras y palos golpeaban a los chicos y chicas. Pero los manifestantes no se amilanaban, y la gente de Estambul se convirtió en un río que fluía hacia este pequeño espacio verde. Todos los días aumentaba la cantidad de gente que participaba en las manifestaciones. Mil, diez mil, cien mil, un millón… y las protestas duraron 40 días completos. Al final el gobierno se rindió, y no sólo se quedaron los árboles que había sino que se plantaron nuevos. Pero después de esos días no había vuelto a ver el parque. Me entraron unas ganas tremendas de entrar. De hecho, mis pies me llevaron por su propia voluntad a la arboleda. Al entrar en el parque me embargó una frescura húmeda, el olor de tierra quemada, de hierba descompuesta…

Caminando bajo los enormes árboles que impedían que pasase la luz de la luna, esta arboleda me pareció una suerte de templo. El último reducto sagrado de la naturaleza que hemos destruido. En algún lugar cantó un pájaro, creo que era un búho, quizá el último de esta ciudad… Me paré a escuchar, pero ya no se oyó nada más. El viento dejó de soplar, y bajando las escaleras llegué a la zona abierta del centro del parque. Durante un rato miré al agua del estanque que parecía plateada bajo la luz de la luna. Mi interior se llenó de paz. Aunque me sentase en uno de los bancos y me quedase observando este agua inmóvil hasta el amanecer estoy seguro de que no me aburriría. Entonces sentí el viento. No era viento, sino poco más que una leve brisa. Me pasó suavemente por el rostro y el pelo. Fue como si todo el cansanció acumulado de todo el día desapareciera de repente de mi cuerpo y mi mente. Me sentí como si fuera una parte de la luna del cielo, de los árboles que dan sombra, de este estanque de plata, de esa brisa. Entonces fue cuando escuche la voz. Era como un murmullo, y venía de los árboles. ¿Era acaso esta la voz que había escuchado el hombre? Se me pusieron los pelos de punta, pero no tenía ningún sentido meterme miedo a mi mismo. Enseguida, mi mente encontró una explicación plausible: era el sonido del viento. Por supuesto que sí, era eso, el sonido del viento. Y era como un murmullo, no se entendía lo que quería decir. Pero en esta noche encantada, esta explicación racional caducó enserguida; al poco tiempo el murmullo se empezó a hacer más claro, y se transformó en la delicada voz de una muchacha. Empezó a decir unos nombres, uno tras otro:

«Alí, Abdulá, Mehmet, Ethem, Mustafá.»

Como una oración, un salmo, un trabalenguas.

«Alí, Abdulá, Mehmet, Ethem, Mustafá.»

Me quedé petrificado. ¿Qué estaba pasando? Lo primero que se me ocurrió es que aquel hombre estaba en lo cierto, no había tenido ninguna alucinación. Los árboles hablaban de verdad. Y no se callaban. Con cariño, respeto, como si temiera que se rompieran, repetían con compasión los mismos cinco nombres.

«Alí, Abdulá, Mehmet, Ethem, Mustafá.»

Y bien, ¿quiénes eran los dueños de estos nombres? Al mirar a mi alrededor los vi, estaban frente al estanque, eran cinco personas, y los cinco me miraban fijamente. Sí, me refiero a las tumbas que había justo en frente. Cinco personas que me miraban desde el marco de cinco fotos. Pero no sólo estaban las fotos sobre el verde césped; había también cinco lápidas. Estas tumbas simbólicas iluminadas con el brillo lacio de la luz de la luna causaban más impresión que las de verdad. Me acerqué y leí lo que había escrito sobre ellas. Alí Ismail Korkmaz, Abdulá Cömert, Mehmet Ayvalıtaş, Ethem Sarırülük, Mustafá Sarı. Los nombres de cinco jóvenes que perdieron su vida para evitar que estos árboles fueran talados. Sin saber qué hacer, me quieto donde estaba. Pero los árboles que se mecían levemente con el viento, no dejaban de repetir con empeño, como si fuera una oración, los mismos nombres.

«Alí, Abdulá, Mehmet, Ethem, Mustafá.»

* N. de T.: Diminutivo del nombre Mehmet
** N. de T.: 100 liras turcas son algo menos de 50€ al cambio actual.

Mientras decido que libros me llevo y cuáles no, qué ropa dejo y cuál me llevo, qué objetos meto en cajas con la esperanza de recogerlos algún día y mientras mi tesis sigue sin escribirse estando los artículos que me quedan por leer desparramados aún por la mesa, ahora que parece haber llegado la hora del adiós definitivo a tierras turcas pongo en una balanza qué es lo que he aprendido y qué es lo que me queda por mejorar o aprender.

Empecé a escribir este blog estando aún en España, y me recuerdo todavía mirando cada dos minutos palabras en el diccionario o teniendo problemas descifrando la gramática de alguna frase. Viendo series turcas sin poderlas entender completamente, a veces perdiéndome con el vocabulario, otras con el contexto cultural que todavía me faltaba por comprender. Miraba a los pocos libros que me había traído y me costaba tanto leerlos que acaba por dejarlos en una esquina con frustración. Quizá no elegí los títulos adecuados – desde luego Cemile de Orhan Kemal no es una lectura adecuada para el nivel que tenía en aquel entonces, pero esto lo sé ahora – ni tuve la paciencia que debería de haber tenido, dejando a medias artículos de periódico en cuanto veía que no me enteraba de nada.

Y me preguntaba si valía la pena todo el esfuerzo, si alguna vez dominaría este idioma, en definitiva, no sentía que avanzase. Leyendo otros blogs, páginas de FB y por las preguntas que recibo al correo me doy cuenta de que no soy la única que se ha visto en esta situación. Supongo que los todos los estudiantes de idiomas tienen días que se sienten así, y más si son lenguas de aprendizaje menos común y tan distintas del castellano, es decir, de esos idiomas que todo el mundo te pregunta «¿Y eso para qué sirve? ¿Por qué no aprendes alemán/chino?».

Cuando se llega a ese punto en el que los materiales de aprendizaje escasean, no se tiene oportunidad de ir a clase y además en la vida personal de uno se juntan muchas otras cosas, muchas veces lo que ocurre es que se abandona el idioma elegido. Abandonarlo es la opción fácil, y aunque a veces es la opción que creemos querer tomar, lo que no queremos es enfrentarnos a la dificultad de la tarea.

Para aprender un idioma no hace falta ir a clase ni un profesor, hace falta tener materiales, ganas, dedicarle tiempo, y crear un hábito de estudio. Si esa es la excusa que te has puesto, no se sostiene, porque un profesor lo que hace es guiarte en el aprendizaje, pero el trabajo duro lo haces tú en tu casa. Tampoco se sostiene el «es que cuando hablo no me entienden» o «es que no sé si lo voy a entender», tienes que esforzarte hasta que te entienden y esforzarte por hacerte entender. Si no bajas a la calle e intentas hacer la compra, o a comprarte una tarjeta sim, o buscar donde está el fontanero y explicarle que se ha roto el grifo por miedo a equivocarte o vergüenza de hacer el ridículo, nunca vas a avanzar. La primera vez que compré sábanas aquí empecé con un gran «No entiendo turco» (Ben Türkçe anlamıyorum) para que la dependienta no me hiciera preguntas complicadas, y me tuve que expresar de la siguiente manera «Ben çarşaf istiyorum. Bir kişi. Küçük yatak.» (Quiero sábana. Una persona. Cama pequeña) porque mi turco no daba para más. Pero compré mi juego de sábanas para cama de 90 que todavía sigue en casa, y del que me da pena desprenderme – fue mi primera compra 100% en turco. Hacerse entender no es tan difícil y en algún momento hay que perder la vergüenza. Ahora si voy le puedo explicar al vendedor de qué medida las quiero, y en qué color, y si quiero funda para cojín o no.

Es importante también plantear metas reales. Si tu meta es hablar x idioma con fluidez en, digamos, seis meses, lo mejor es que te tires de la moto. En medio año con mucho trabajo puedes llegar a tener un buen nivel, manejar la gramática básica y un tener un buen vocabulario, y avanzar muchísimo pero no hablarás ni escribirás con fluidez. Como te has propuesto hacerlo en seis meses pero no has podido, lo darás por imposible, o te frustrarás. Porque además siempre hay algún fulano por internet que dice haber aprendido japonés en 6 meses (que en cuanto rascas un poquito ves que no es verdad, pero eso claro tú de momento no lo sabes). Plantearse metas realistas es el primer paso hacia el éxito, y aprender un idioma es una tarea larga y laboriosa. Si te paras a pensar, seguramente todavía de vez en cuando aprendes palabras nuevas en tu lengua materna, y la llevas hablando desde que eras poco más que un bebé.

Con las facilidades que nos da hoy en día internet, tenemos la posibilidad de acceder a páginas web de aprendizaje de idiomas o contactar con hablantes nativos de la lengua que estamos aprendiendo dispuestos a responder nuestras preguntas y ayudarnos. Además, gracias también a internet, podemos accedes a un montón de contenidos audiovisuales a los que de otra forma no tendríamos acceso, como películas, series, portales de noticias o entretenimiento… Hay que saber utilizar la red como una herramienta.

Miro hacia atrás, y veo como hace apenas 3 años con lo mucho que me costaba hablar en turco conseguí hacer un grupo de amigos, ir a la facultad, integrarme, resolver mis problemas cotidianos y muchas más cosas gracias al trabajo personal que realicé y a perder la vergüenza del miedo a equivocarme. Todavía me faltan muchas cosas por aprender, cada vez que leo una novela aparecen expresiones y palabras que desconocía, o veo nuevas formas de decir lo mismo. Cuando veo una película o serie tengo la oportunidad de aprender más detalles sobre las frases hechas, giros coloquiales y normas de comportamiento. Quedo con mis amigos, y si a lo mejor no aprendo nada relacionado con el idioma, sí aprendo cosas relacionadas con la cultura del país o con su forma de ver el mundo. Y todo ello con la tranquilidad de saber que si me equivoco no pasa nada (todavía, que yo sepa, no se ha muerto nadie porque yo haya cometido un error gramatical), y de que no tengo prisa, sino que lo importante es ir paso a paso y ser constante.

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